viernes, 29 de noviembre de 2013

De "la violencia" a las guerrillas

“Los colombianos nos venimos matando desde el principio de la historia”, admite el presidente del Congreso, Juan Fernando Cristo. Pero la bisagra histórica del conflicto que por estos días intentan resolver el gobierno y las FARC es el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, que dio lugar a una revuelta que pasó a la historia como el Bogotazo y marcó el inicio de una escalada de violencia que ya lleva más de 65 años.


El conflicto interno de Colombia es imposible de encasillar en una única definición. Es político, es ideológico, es económico, es social, es rural, es urbano, es por los derechos humanos. Y es, tal vez en la opción más abarcativa, una disputa sangrienta y despiadada por el poder en la que confrontan el gobierno, las dos guerrillas más añejas del mundo, los terratenientes, los paramilitares, los narcotraficantes, los intereses económicos transnacionales y el interés geopolítico de Estados Unidos.

Desde la Guerra de Independencia (1810-19) hasta el asesinato de Gaitán, en 1948, la historia colombiana libró las guerras de La Patria Boba, de Los Supremos, del Medio Siglo, Artesano-Militar, Civil Colmbiana, de Los Colegios, Civil de 1885, Civil de 1995 y de Los Mil Días, con sus consecuentes modificaciones territoriales y políticas, y también la Masacre de las Bananeras, de 1928, en la que el Ejército abrió fuego contra obreros de la United Fruit Company que estaban en conflicto.

Así llegaron al período que los libros de historia denominan La Violencia, que se extendió entre 1946 y 1965, y se inició con las fuerza de seguridad y paramilitares que respondían a los gobiernos conservadores reprimiendo a los liberales y a los movimientos sociales. Ello dio lugar, en esos casi cuatro lustros, a la generación de grupos armados, en su mayoría de extracción liberal, que fueron la contraparte necesariamente violenta de los asesinatos y las masacres de pueblos que se perpetraban desde el poder.

En el inicio de La Violencia comenzó a consolidarse el liderazgo popular de Gaitán, quien proclamaba la unión del pueblo contra la oligarquía y se encaminaba hacia el poder cuando fue asesinado en el centro neurágico de la vieja Bogotá, sobre la Carrera 7 casi esquina Jiménez. Su muerte derivó en una insurrección popular que alcanzó a varias regiones del país, aunque se la recuerde como el Bogotazo, y potenció la esfervescencia social.

En 1957 hubo un pacto entre conservadores y liberales que terminó de empantanar la situación. Ambas fuerzas tradicionales pactaron, en un acuerdo de cúpulas, repartirse por partes iguales el poder, con lo que excluyeron al resto de los grupos políticos del país e incluso a amplios sectores internos de sus fuerzas. Los intentos de amnistiar a los focos insurgentes no tuvieron éxito y La Violencia se extendió varios años más.

La barbarie de ese período se refleja en cientos de testimonios históricos, pero tal vez el más atroz es el que transcribe el historiador Gonzálo Sánchez en un ensayo sobre las raíces del conflicto colombiano, que publicó el periodista estadounidense Stephen Ferry en su libro “Violentología”.

“Hubo en aquel entonces ‒dice Sánchez‒ unos rituales del terror, una liturgia y una solemnización de la muerte que se implicaban un aprendizaje de las artes de hacer sufrir. No sólo se mataba; el cómo se mataba obedecía a una lógica siniestra, a un cálculo del dolor y del terror.”

“Los cuerpos mutilados, desollados o incinerados ‒agrega‒ parecían inscribirse en el orden mental de la tierra arrasada.

Había un despliegue ceremonial del suplicio, expresado a veces en actos de estudiada perversión, como el cercenamiento de la lengua (la palabra del otro), la eventración de las mujeres embarazadas (eliminación de la reproducción física del otro), el corte de franela y el de corbata, la crucifixión, la castración y muchos otros, dirigidos no solo a eliminar a los doscientos mil muertos o más del período sino a dejar una marca indeleble en los millones de colombianos que quedaban.

Sánchez es miembro de la corriente de intelectuales que trabajó la teoría de la Violentología.

En esa década de los ’50 surgieron los primeros grupos guerrilleros, más como una reacción frente al terror que como un proyecto insurreccional para la toma del poder, del mismo modo que aparecieron los primeros comités de autodefensa ‒un antecedente del paramilitarismo‒ para evitar las matanzas en poblaciones afines a los conservadores.

En esa época se forjó en las guerrillas liberales el liderazgo de Pedro Antonio Marín, “Manuel Marulanda” o “Tirofijo”, jefe indiscutido de las FARC desde su fundación, en mayo de 1964, hasta su muerte, en marzo de 2008.

El episodio fundacional de esta organización insurgente fue el ataque del Ejército regular colombiano a la “república independiente” de Marquetalia, conformada por unos 50 excombatientes de las guerrillas liberales y sus familias, que habían rechazado la aministía ofrecida por el gobierno y no habían dejado sus armas.

En el marco de la Guerra Fría y la ola insurreccional que desató en 1959 el triunfo de la Revolución Cubana, el gobierno del conservador Guillermo León Valencia temía que Marquetalia se conviertiera en la génesis de un movimiento comunista nacional y envió a cerca de 2.000 soldados a recuperar el territorio en manos de los rebeldes al mando de Marulanda, que dieron una dura batalla y consiguiero huir.

Tras ese ataque, ya refugiado en las montañas, Marulanda y Jacobo Arenas fundaron una organización llamada Bloque Sur, que en 1966 pasó a llamarse Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y que combinó en su doctrina ideas del marxismo-leninismo y del libertador Simón Bolivar.

En ese mismo 1964 fue fundado el Ejército de Liberación Nacional (ELN), inspirado por el sacerdote y sociólogo Camilo Torres y comandado por Fabio Vázquez, que provenía del Partido Comunista (PC), se había formado en tácticas insurreccionales en Cuba y no trepidó en someter a consejos de guerra y ejecutar a sus propios soldados por “traición de clase”.
Una década más tarde el ELN estaba por extinguirse cuando asumió el liderazgo otro sacerdote, el español Manuel Pérez, y le dio un giro ideológico hacia la doctrina cristiano marxista de la Teología de la Liberación y el grupo comenzó a realizar trabajos sociales con la población.

A tono con la época, ésas no fueron las únicas dos organizacones insurgentes colombianas. En 1966, a partir de la disidencia dentro del PC de una corriente que se alineó con el maoísmo, se fundó el Ejército Popular de Liberación (EPL). Esta fuerza se desmovilizó en 1991, acosada por los paramilitares, que incluso cooptaron algunos de sus miembros, motivo por el que las FARC los consideraron objetivos militares y asesinaron a más de 200 de sus exintegrantes.

Algo más tarde, en 1974, surgió el M-19, grupo guerrillero formado a partir del Movimiento 19 de Abril, nacido como protesta política por el supuesto fraude electoral que consagró presidente en esa fecha de 1970,, al conservador Misael Pastrana Borrero, en perjuicio del candidato populista Gustavo Rojas Pinilla.

Mas heterodoxo, el M-19 se presentó en sociedad con el robo del sable de Bolívar y con la toma de la embajada de la República Dominicana durante un coctel, en el que retuvieron a 14 diplomáticos.

Pero su operativo más recordado y funesto fue la ocupación del Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985, cuando 35 guerrilleros entraron al edificio, en pleno centro histórico de Bogotá, y tomaron como rehenes a unas 400 personas, entre abogados, funcionarios y miembros de la Corte Suprema de Justicia, con el propósito de organizar un juicio público al gobierno del conservador Belisario Betancur, al que acusaban de violar un acuerdo de paz que estaba en curso.

La audacia del objetivo del M-19 y la ferocidad de la réplica del Ejército, que ejecutó la orden de aniquilar a los guerrilleros sin medir los costos, inscribieron una de las páginas negras de la historia contemporánea de Colombia, que ese día fue noticia mundial. El edificio se incendió y más de 100 rehenes y guerrilleros murieron, en muchos casos calcinados.

Los grupos insurgentes se financiaban con extorsiones, secuestros, peaje a las extracciones mineras y robo de combustible, entre otros recursos. Hasta que en los años ’80 entró a tallar el narcotráfico como un actor de peso en la estructura de poder colombiana y ese poder, gran corruptor, también perforó las organizaciones guerrilleras.

Comenzaron a cobrar peaje a los narcotraficantes, lo que dio lugar al nacimiento y la consolidación de los grupos paramilitares, pero también comenzaron a controlar zonas de cultivo y, se afirma, hasta de elaboración de cocaína.

En este contexto, el Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes aseguró en un informe de agosto de este año que las FARC “son el mayor cartel de droga en Colombia”, que “controla 60 por ciento del negocio del narcotráfico”.

El dato parece excesivo si se considera la acción de los microtraficantes que se han convertido en el principal problema de las policías urbanas, pero el director de ese centro de invetigación, Daniel Mejía, asegura que la organización guerrillera embolsa cada año unos 1.500 millones de dólares del narcotráfico.

En medio de todo este proceso, tanto las FARC como el ELN explotaron la industria de los secuestros como una fuente de financiamiento y, también, como un elemento de negociación con el gobierno.

El Grupo de Memoria Histórica señaló en su Informe General, publicado este año, que entre 1970 y 2010 se documentó que 39.058 personas fueron secuestradas en Colombia, 84 por ciento de ellas con fines económicos y 12 por ciento, con fines políticos.

Los autores confirmados de los secuestros son: FARC, 37 por ciento; redes criminales, 20 por ciento; ELN, 30 por ciento; paramilitares, cuatro por ciento, y “otros autores”, nueve por ciento, según el trabajo.

La investigación destaca que entre 2000 y 2002 se produjo la mayor cantidad de secuestros, incluidos los de numerosos dirigentes políticos, entre los que se transformó en una figura emblemática la candidata presidencial por el Partido Verde Ingrid Betancourt, capturada en 2002 y liberada en un audaz operativo en 2008.

Estas acciones, con las que buscaban forzar un “canje humanitario” por sus dirigentes presos, tuvieron un alto costo político para las FARC, no sólo porque no hubo ningún intercambio sino porque su legitimidad se erosionó a tal punto que movilizó en su contra a la sociedad colombiana. Más de dos millones de personas marcharon el 4 de febrero de 2008, en Colombia y en el mundo, para reclamar el fin de los secuestros.

Ahora, en estos tiempos de negociación de paz, las FARC concentran el interés del gobierno colombiano. Todo comienza y todo termina casi obsesivamente en esa organización guerrillera, al menos en el discurso interno, marcado por un tono confrontativo que no suele sintonizar con el que propala el presidente Juan Manuel Santos en los foros internacionales.
Fuente: Telam

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Significación de la izquierda

 
Por Horacio González
El crecimiento de la izquierda significa el crecimiento de una cultura. No siempre lo entienden así los partidos de la izquierda, que atribuyen sus éxitos a un resultado objetivo que estaba esperando en las lentas artesanías de la historia, en sus “indicios reales aún no desplegados”, como decía Marx. Los logros electorales no provendrían de la cultura de época, el yacimiento indócil donde yace la “hegemonía” gramsciana, sino del colapso del capitalismo, adecuadamente interpretado por los miembros de organizaciones izquierdistas que leen como cualquier especialista las cifras incipientes del colapso de la arácnida acumulación burguesa. Las izquierdas proclaman que el capitalismo, como estructura fallida, no puede albergar más sus propias creaciones: burbujas financieras, tercerización laboral, pobreza extensa, contratos basura. Allí donde haya o no trabajadores expropiados de su condiciones de trabajo no crecería el ánimo de una inclusión consoladora, sino un deseo de reencontrarse con la raíz y solución del despojo histórico.
Si eso ocurre durante una elección de las que son normales en los regímenes tenuemente social-demócratas –que unen el anhelo tecnológico de las masas, las pedagogías informáticas y el acceso equitativo a nuevos derechos, como a la “información”–, se dirá que el votante se integra al conocimiento de la conciencia productiva y reproductiva de su propia vida. No sé si estos argumentos que reconstruyo tan rápidamente, y probablemente con deficiencias sumarias que se me puedan reprobar, figuran explícitamente en la prensa argentina de izquierda a propósito de cómo produjeron su propia interpretación de estos triunfos inhabituales, como las tres bancas a diputados nacionales o el voto masivo en la ciudad de Salta.
Cuando a veces se postula una “cultura de izquierda”, se sugieren dos cosas. Una que la izquierda surge en diálogo crítico con culturas heterogéneas. Hace alianzas diversificadas y se siente parte de las corrientes internas de la Nación, incluso a veces alentando a clases empresariales a una “desconexión” de la reproductibilidad globalizadora, o a una explícita superposición con zonas del “interés nacional”. Al revés, en el caso de la llamada experiencia del “proletkult”, tema no siempre recordado que incluso un exigente Lenin descartara, imponiéndole luego el “realismo socialista”, se postulaba un cuerpo cultural originario exclusivamente de la máquina, cuerpo y conciencia proletaria, solo perteneciente a ella, aunque capaz de reescribir el surrealismo y otras experiencias estéticas avanzadas. El “proletkult” es consecuencia del autómata central técnico tomado por los trabajadores para generar una cultura propia.
Este momento de crecimiento electoral de la izquierda argentina no está acompañado por ideas tales como una “cultura de izquierda”, pues pivotea sobre la preexistente escena cultural establecida, tal como la fijan los medios masivos de comunicación, aunque lógicamente, aplicando interpretaciones de izquierda sobre similares estructuras morales, sentimentales o comunicativas. Es así que tal significativo crecimiento ocurre en el seno de una cultura nacional básica, extremadamente comprometida por todos los signos y omniciencias de la industria cultural, cuyas posibilidades expansivas la propia izquierda no ha descartado en sus campañas.
Esto, por más que más que uno de sus partidos, el PTS, tiene un programa de lecturas más exigentes, y la reciente publicación partidaria de la gran autobiografía de Trotsky puede orientarnos en lo que queremos decir. La participación del gran filósofo norteamericano, el pragmatista John Dewey –un lúcido pedagogo demócrata liberal–, que presidió el juicio en Coyoacán con posiciones tan favorables al creador del Ejército Rojo, lo hizo aludiendo los pensamientos de la cultura humanística universal, relacionados con otros dos juicios. El del oficial francés Dreyfus y el de los anarquistas Sacco y Vanzetti. Se basó en una herencia de la cultura clásica, que el propio Trotsky no desdeñaba, como lo prueba su propia autobiografía. En uno de los números recientes de la revista Ideas de izquierda se propone un comentario escéptico sobre un buen libro de Frederic Jameson, titulado Representar el Capital. El comentario crítico posee un buen nivel y no padece el florilegio de los viejos clisés. Interesa la actualidad del problema que Jameson indica, útil para entender asimismo la actual coyuntura de la izquierda. Cada enunciado en forma demostrativa de Marx es una plusvalía respecto del anterior, con lo cual la totalidad siempre fracasa pero también siempre se insinúa. Piensa cómo el mismo andamiaje de la acumulación capitalista y de ahí las sucesivas y fascinantes posibilidades que le revelan y le ocultan el todo.
La izquierda debe festejar su buena elección en tanto habiendo constituido con ella un hecho social importante para todas las fuerzas políticas. Pero lo que no debe hacer es no tomar conciencia de que en su representación de la totalidad social, sus críticas al progresismo carente de ductilidad histórica, o a los populismos sin conciencia ambientalista, deja en las penumbras muchos implícitos, que no pueden abandonarse al amparo de un saber tácito, de meras tácticas favorables, basadas en el desprestigio de los partidos tradicionales y los rasguidos que “por izquierda” éstos vayan escuchando. No hay izquierda sin muchas de las cosas que la izquierda proclama, pero tampoco la habrá si no toma conciencia de las muchas cuestiones que omite de la conciencia general política de esta época nacional. Estas omisiones son como la incisión secreta, hecha de maneras comunicacionales y temáticas dominantes del capitalismo informático y la plusvalía de imágenes, que también se incrustan en su seno. El crecimiento de una cultura de izquierda entre la proliferación de memorias nacional-populares (en versiones tanto conservadoras como también de izquierda) hace difícil pensar en una izquierda sin autorreflexión ni articulaciones con su propio pasado, aunque se destaca ahora un martirologio sufrido en el interior de una lucha perteneciente a las nuevas tramas del empleo precario. Es su parte del drama nacional, aunque le disguste admitirlo así.
En la historia de las izquierdas escapar del análisis clasista puede ser ruinoso, en la medida que se pierde una intensidad utópica dada por su razón social de origen: representamos a la clase trabajadora transparente y recibimos a cada trabajador como parte de un todo ideal, inmediatamente comprensible. ¿Pero ha arribado de tal modo la conciencia de clase que suturaría o colmaría ese todo? El riesgo de una actitud así, es el tantas veces cuestionado determinismo clasista, o traslaciones miméticas de intereses intelectuales, autoatribuidos por transferencia voluntaria a la esfera del proletariado (famosa crítica de Lukács en 1924 al economicismo marxista). Si la izquierda se concentra en su metafísica práctica, pierde los subconjuntos culturales que la rodean. Si se abre a alianzas concéntricas, puede diluir su significado en nombre de una mayor cosecha electoral.
A lo primero se lo criticó como ilusionismo; a lo segundo como frente-amplismo culturalista. La novedad es que la izquierda puede hacer un papel infrecuente en las elecciones apelando, al parecer, al primer modo: mostrando sus insignias más puras, sus programas antiburgueses, sus políticas de género y sus ataques universales al fetichismo de la mercancía. ¿Se develaría al fin que un amplio período de izquierda de andariveles propios e inmanentes (“vivir con lo nuestro”) llegaría a evitar su ocaso sin bucear los tejidos y enmarañados repliegues de la historia nacional? Crecería sin perder su corazón homogéneo al mismo tiempo que eventos parecidos al “derrumbe capitalista” se fueran produciendo. La experiencia trotskista con los sindicatos peronistas (Vandor-Nahuel Moreno) y los partidos comunistas entre innúmeras variantes de los frentes populares y una última atracción por el peronismo en su realidad fenoménica efectiva, nos ilustran del enorme abanico de posibilidades por las que atravesó la izquierda. En este último caso, el gramscismo que se introdujo desde el interior del PC argentino hacia el mundo intelectual más calificado, desde mediados de los ’50, originó divergencias que tensionaban hacia lo “nacional y popular”. De todos modos, siempre fue muy dificultoso cotejar la situación italiana con la nuestra. Surge Gramsci del gran debate con Civiltá Cattólica, Antonio Labriola, Achille Loria, Croce, Pirandello. Lo nacional y popular era una tragedia cultural que obstaculizaba pasar a otro dominio simbólico de conciencia en el campesinado y en la vida obrera. Pero en la Argentina, diferentemente, lo nacional y popular tenía y tiene sin zanjar sus diferencias con el liberalismo en todas su acepciones, en tanto visión del mundo, por lo que fue relativamente fácil asociar luego el gramscismo argentino –sin que perdiese sus aristas sociopolíticas aunque sí las filológicas– a la experiencia de lo que más avanzado dio el liberalismo social, en la senda quizás de Moisés Lebensohn: nos referimos al alfonsinismo.
Una ecuación respecto del gramscismo –reconocimiento de la heterogeneidad y diferencia cultural, traductibilidad incesante de los diversos planos culturales, remanencia de las supervivencias de frases y estilos arcaicos, la hegemonía como retórica general de la vida política– pone a las izquierdas en el interior del drama nacional. No es esta, en tanto, la opción de las izquierdas que en las semanas pasadas han hecho tan excelente elección, lo cual signa con una gran disyuntiva toda su actuación. ¿Es posible el crecimiento de las izquierdas sólo desde una perspectiva del colapso capitalista? Las refinadas tesis de Rosa Luxemburgo, convertidas en ideas de “bancarrota capitalista” –habituales en el vocabulario de Jorge Altamira y otros dirigentes del PO–, no parecen ser la base perdurable de su expansión. ¿Entonces habría que suponer que una conciencia de clase ascendente acompaña estos movimientos, hasta entonces entorpecidos por las coaliciones nacionalistas populares, desarrollistas, estatistas? Diríamos mejor –y si hay ánimo polémico en esta afirmación, lo hay en términos de cordialidad e intento de comprensión y de debate franco–, que se percibe una ausencia en las condiciones de producción del cuerpo electoral que alcanzó ahora la izquierda.
Está tan ausente una interpretación de la globalización mediática tanto como un énfasis notorio en la crítica a la multinacional Chevron. Lo que se ausenta, perturba una visión que no se vea solo como una mera racionalidad instrumental en la escena mediática, otorgándole una inexistente neutralidad, en tanto ésta aprueba los “milagros” de izquierda como parte de la aceleración de hostilidades hacia lo que realmente les molesta del nacional-populismo. En cuando a la asociación de una empresa nacional histórica con una compañía petrolífera globalizada, es la vieja “piedra en el camino” con que tropezaron Perón –en 1955–, Frondizi –en 1958–, propiamente un ámbito conceptual que nacería ya refutado. O la izquierda se expande bajo nociones frentistas más cuidadosas con lo que antes llamamos tejidos o texturas nacionales (¿son solo del peronismo aquellos obstáculos referidos?) o apuesta a un crecimiento de itinerarios y legalidades propias. Este último camino asegura éxitos al precio de oscurecer una parte del análisis colectivo –la cuestión de los medios de comunicación autocentrados, que toman consignas de todos lados, incluso de las izquierdas–, pero no garantiza emanciparse enteramente de la condición de ser uno de conglomerados presos a muchas retículas mediáticas que hacen proliferar “contenidos” de desasosiego moral. El otro camino es tan difícil como el anterior. Cómo no perder sus características –ser entonces una “cultura de izquierda”–, mientras se expande hacia los grandes temas, públicos y muchedumbres sociales, en una disputa con los bienes culturales del mercado, que de todas maneras pueden confiscar sus estilos y temáticas, y tranquilamente llamar “batacazo” a grandes performances electorales, para cuyo juicio tampoco está preparada la confederación unificadora de los idiomas sociales de la humanidad, esos medios de masas que poseen poderosas semánticas y tópicos lingüísticos fulminantes para adoptar, condenar, premiar o mandar al cadalso todo lo que se les ocurra.


viernes, 22 de noviembre de 2013

¿Cuál es el legado de Guillermo Moreno?

"Contra lo que piensa el kirchnerismo más cristinista, la profundización del modelo no empezó en 2008 sino con su asunción en la Secretaría de Comercio Interior", asegura Horacio Bustingorry.
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Por Horacio Bustingorry
¿Cuál es el legado de Guillermo Moreno? Contra lo que piensa el kirchnerismo más cristinista, la profundización del modelo no empezó en 2008 sino con su asunción en la Secretaría de Comercio Interior. El enorme conflicto suscitado con las patronales agropecuarias no fue un rayo en día sereno, sino un largo proceso gestado desde 2006 en repudio a políticas del gobierno donde Moreno fue un actor fundamental.
La designación del saliente secretario se produjo en abril de 2006, poco tiempo después que el gobierno decidiera prohibir la exportación de carnes. En ese momento la gestión K necesitaba un funcionario adecuado para políticas de ese tenor. A partir de entonces impulsó una batería de medidas de neto corte intervencionista.
Aparte de la prohibición temporal a las exportaciones de carne vacuna se implementó un sistema de cupos y permisos para acceder al mercado internacional. Asimismo, Moreno pasó a controlar el Mercado Central de Buenos Aires y reguló las actividades del Mercado de Liniers, impulsando en ambos casos una lista de “precios sugeridos”. También congeló del precio del trigo a 120 dólares la tonelada y dispuso el cierre temporal de las exportaciones de maíz. Para abaratar el valor en el mercado interno se impulsaron aumentos de las retenciones a la exportación de trigo, maíz, girasol, productos lácteos y harinas y aceites de soja. Ya antes de la famosa Resolución 125 el gobierno aumentó las retenciones a la soja en cuatro puntos en enero de 2007 y en casi ocho en noviembre de ese año.
Moreno también intervino en el mercado petrolero. Impuso un precio máximo a la exportación de petróleo y combustibles y desplegó una activa política para contener las tarifas internas. Uno de sus principales instrumentos fue la revitalización de algunos artículos de la Ley de Abastecimiento de 1974, que preveía duras sanciones sino se garantizaba la provisión de combustible. Entre diciembre de 2006 y junio de 2007 la petrolera Shell fue multada 32 veces con denuncia penal incluida por infringir la normativa mencionada. Moreno también retrotrajo aumentos de precios establecidos por Repsol y Petrobras impidiendo de esa manera el desacato a la resolución 599. Además presionó para  que un directivo de la empresa Metrogas, poco comprometido a acompañar las políticas de abastecimiento de gas, fuese reemplazado.
Hasta 2008 fueron infinidad los productos sujetos a congelamiento de precios. Desde artículos de limpieza, alimentos y bebidas hasta hotelería y  el rubro automotriz. El éxito en la contención de la inflación durante esos años fue innegable. ¿Cuál fue la lógica general de esas intervenciones?
El objetivo era garantizar la oferta en el mercado interno y contener el aumento de precios. La provisión barata de artículos de consumo para los trabajadores apuntaba en varias direcciones. Por un lado, mejorar su calidad de vida accediendo a mayores bienes y servicios. La menor destinación de dinero para artículos de primera necesidad permitía adquirir otros bienes y de esa manera reactivar la demanda, la producción y la creación de fuentes de trabajo.
Este mecanismo también facilitaba una disminución del costo laboral al resultar menos onerosa la reproducción de los trabajadores. Condiciones favorables para la inversión productiva impulsaban la creación de empleo, un mayor consumo y la reanudación del círculo virtuoso. Este fue el éxito del modelo kirchnerista en esos años con su correspondiente repunte de la actividad económica y disminución de los índices de desocupación, pobreza e indigencia. La fórmula no era más que la recreación de la clásica alianza peronista entre el capital industrial y el trabajo, sostenida sobre el control de la burguesía agraria y, en la etapa kirchnerista, sobre las empresas privatizadas de servicios públicos. Moreno fue clave en esa política que recibiría inmediatamente la contestación de parte del arco patronal.
Reacción patronal
Las críticas a Moreno comenzaron de manera inmediata a su gestión. La enemistad empresarial y la desaprobación de los grandes medios se sintetizaron en la acusación de autoritarismo al intervencionismo estatal. A la cabeza de los reclamos estuvieron las organizaciones campestres.
En julio y noviembre de 2006 algunas medidas de fuerza preanunciaron el agitado fin de año. En diciembre, la Sociedad Rural, Coninagro y Federación Agraria Argentina realizaron un lock out de 9 días con asambleas, cortes de ruta, tractorazos y la no entrega de productos a los mercados. En abril de 2007 Carbap impulsó otro lock out pero de 15 días que implicó el no envío de hacienda y granos al punto de provocar desabastecimiento. Por entonces el inefable Alfredo de Ángeli ya daba rienda suelta a sus tropelías.
Los reclamos de las organizaciones fueron típicos. Pedían el fin de la intervención oficial en materia de precios interno, la derogación de la limitación de las exportaciones, la eliminación de las retenciones a los productos lácteos, disminuir la presión impositiva y otros similares. Bajo ese contexto el gobierno anunció la famosa Resolución 125 el día 11 de marzo de 2008.
La medida en sí no fue tan contundente en comparación con lo que se venía haciendo. Lo novedoso no fue el aumento de las retenciones sino el grado de confrontación que se alcanzó. La profundización vino de quienes se oponían kirchnerismo, a través de una ofensiva generalizada para repudiar el conjunto de la política agropecuaria. Fue la culminación de un movimiento de protesta que se venía gestando desde el mismo momento en que Moreno asumió su cargo. Esta vez el funcionario no solo defendió el gobierno a través de la gestión sino también desde la militancia en las calles.
Hoy Moreno ya no está. En el último tiempo su labor se fue desdibujando al calor de cierto repliegue de la política kirchnerista. No obstante su figura continuó siendo una referencia ineludible para pensar un Estado interventor con perfil popular. Su última apuesta para congelar los precios intentó retomar lo mejor de sus políticas, pero no pudo ser. Si con Moreno empezó la profundización del proyecto nacional, esperemos que su salida no signifique la clausura definitiva del modelo.
Fuente: Página/12

lunes, 18 de noviembre de 2013

El efecto Adolf Hitler o la vacuidad de la crítica liberal

 De los elogios de Duran Barba a la incursión de grupos ultraconservadores en la catedral en  el Kristallnacht.

 "Hoy está muy difundido el hábito mental de subscribir el fallo de la época como tal y, si es 
posible, de hacer valer las casos de anteayer contra las de ayer en vez de reflexionar 
sobre la verdad o falsedad de la cosa misma."
 
Theodor Adorno, Consignas 
 
 Una suerte de doxa muda sostiene que las políticas genocidas del pasado remoto, las practicadas en países distantes, deben ser condenadas. En cambio, los genocidios en curso, practicados por gobiernos "amigos", nunca son tales sino muchos años más tarde. Ergo, la destrucción masiva de seres humanos se desaprueba cuando no se corre ningún riesgo, cuando no forma parte del conflicto dinámico, salvo por los que siguen defendiéndolo a contracurso; los que se animan a sostener en el presente lo que pensaron en el pasado pagan cara su "honradez intelectual".
Por eso, a Hitler y a Stalin hoy los condena la compacta mayoría; mayoría que en el pasado no les hizo la resistencia, y no en pocas oportunidades los apañó e incluso acompañó sin cuestionamiento. En 1930 se podía, hoy no. En el presente, en cambio, si se trata de defender a los pueblos originarios –de la Argentina, para no ir muy lejos–, de acompañar sus derechos y garantías, se puede mirar hacia otro lado sin enrojecer. La coherencia en este terreno termina costando más de lo que vale, y los expertos en comunicación se lo explican pedagógicamente a sus eventuales "clientes": no se trata de lo que se piensa, se trata de lo que se dice o lo que se debe callar para ganar. Los gestos vacuos ocupan toda la escena, los otros quedan para los suicidios discursivos, cuando la fobia impide entender qué "conviene", o para los que creen que están más allá de esta sencilla pero estricta regla.
Esto no lo ignora casi nadie en el mundillo de la comunicación política, y todos actúan en consecuencia. Salvo la solitaria figura de Jaime Duran Barba. El experto ecuatoriano acaba de ser condenado por la Legislatura porteña in totum. Como un solo hombre, por encima de bloque y matices, todos repudian al especialista que no destrata a Adolf Hitler, y que al no hacerlo concita un nivel de rechazo edito sin precedentes. Desde un importante rabino venezolano, hasta las autoridades de la comunidad judía de la Argentina, desde Sergio Massa hasta el jefe de Gabinete nacional. 
La unanimidad del rechazo no llama la atención. La pregunta es otra: ¿qué vale ese rechazo? Barba destacó en sus artículos del diario Perfil, en su libro, y en un reportaje a la revista Noticias, la importancia de Hitler. Recordó que ganó democráticamente las elecciones de 1933, y esto ya no lo dice Duran pero conviene retenerlo: la compacta mayoría lo respaldó hasta las últimas horas del '45 en el búnker berlinés. La caída, película protagonizada por Bruno Gantz como Hitler, permite observar con rigor histórico cómo hombres y mujeres inteligentes, con adecuada percepción del principio de realidad, obedecen sin rechistar órdenes imposibles de cumplir. Incluso con Hitler ya muerto no vacilan en suicidarse para honrar la palabra empeñada.
Bueno, se dirá, esa era la "locura" alemana. El mundo siempre fue otra cosa. Vale la pena repensarlo a través de un ejemplo entre cientos. El 13 de mayo de 1939, el transatlántico alemán St. Louis partió desde Hamburgo (Alemania) hacia La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros, mayoritariamente judíos alemanes que huían del Tercer Reich. Habían solicitado visados para los Estados Unidos y tenían planeado permanecer transitoriamente en Cuba. Desde la Kristallnacht (9 y 10 de noviembre de 1938), los nazis habían intensificado el ritmo de la emigración forzada de judíos. Joseph Goebbels esperaba, junto al resto de la jerarquía nazi, que la negativa de otros países a admitirlos contribuyera a la realización de los objetivos antisemitas del régimen. Y así fue. Antes de que el barco saliera de Hamburgo, los periódicos derechistas cubanos anunciaron la inminente llegada de la nave y solicitaron se pusiera fin a la admisión de refugiados judíos. La prensa estadounidense y europea llevó la historia a millones de lectores. Sólo unos pocos sugirieron que los refugiados deberían ser admitidos en los Estados Unidos. Los informes sobre la llegada del St. Louis provocaron una enorme manifestación antisemita en La Habana; el 8 de mayo del '39, cinco días antes de que el barco zarpara de Hamburgo, 40 mil marcharon entonando consignas antisemitas. Decenas de miles las escucharon por radio. Y cuando el barco llegó a puerto el 27 de mayo, sólo se permitió el desembarco de 28 pasajeros. Seis de ellos no eran judíos (cuatro españoles y dos cubanos). Los restantes 22 disponían de documentos legales de entrada.
Lawrence Berenson, un abogado que representaba al Comité Judío Americano, llegó a Cuba para negociar. Había sido presidente de la Cámara de Comercio cubano-norteamericana y se reunió con el presidente Bru, quien de todos modos se negó a permitir que los pasajeros desembarcaran. El 2 de junio, Bru ordenó que el barco se marchara, y mientras navegaba lentamente hacia Miami las negociaciones continuaron. Bru se ofreció a admitirlos a todos a cambio de 435.500 dólares (500 dólares por cabeza); Berenson realizó una contraoferta, Bru la rechazó. El St. Louis navegaba tan cerca de Florida que desde la cubierta se podían ver las luces de Miami. Un telegrama al presidente Franklin D. Roosevelt –solicitando asilo– intentó cambiar las cosas. Roosevelt nunca respondió. Conviene saberlo, el presidente podría haber emitido un decreto para admitirlos y decidió no hacerlo. El St. Louis regresó a Europa el 6 de junio de 1939. Entonces, el destino de estos "apátridas" estuvo definitivamente sellado. El virulento antisemitismo alemán no era solo alemán, y mientras esto era así casi todos preferían callarse la boca. Incluida la Iglesia Católica de Pío XII.
Ahora muchos condenan esa masacre; a tal punto que en la Catedral Metropolitana, a instancias de la curia capitalina, se memoró la semana pasada la Kristallnacht. Acompañaron el recordatorio católico miembros de la comunidad judía y representantes de otros credos. De repente un grupo de manifestantes interrumpió el acto mientras repartían un volante titulado "Fuera adoradores de dioses falsos". Es posible sostener que se trata de "ultraconservadores católicos" sin faltar a la verdad. Claro que los integrantes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, conocidos como lefebvristas, lo ven de otro modo. Marcel Lefebvre, fallecido en 1991, excomulgado por Juan Pablo II en 1988, sostuvo que "Roma ya no es católica. Los males que nosotros condenamos, como el comunismo, el socialismo, el modernismo y el sionismo, han sido adoptados por Roma". Benedicto XVI no sólo reincorpora a los integrantes de la fraternidad en sus propios términos, sino que restablece la misa en latín. Es decir, intenta retroceder hasta la Iglesia preconciliar, hasta lo que sostienen los "ultraconservadores" en materia de doctrina católica. 
Esa doctrina impone impedir la "profanación del templo", y la presencia de miembros de los otros credos para pronunciar una oración común conforma el acto "profanatorio". Sin olvidar que el 9 de febrero de 2009 el gobierno argentino expulsó del país al obispo lefebvrista Richard Williamson, que había negado la verdad de la muerte de seis millones de judíos en los campos de exterminio. Esa es la coronación de la doctrina católica en curso, sumada a la beatificación de Pío XII.
Una Iglesia que alimentó argumentalmente la posibilidad de la masacre judía, el pueblo deicida, y hace un tenue gesto de arrepentimiento, recibe desde el fondo de su doctrina la verdad que intenta olvidar: si un judío reza en un templo católico lo profana. Incluso los que dicen no, olvidan prudentemente pronunciarse contra el femicidio, un genocidio sostenido durante milenios; si una de las víctimas potenciales antes de serlo osa exigir que se cumpla la ley argentina, y solicita un aborto no punible, sus cancerberos intentan impedirlo por todos los medios a su alcance. Una cosa entonces es un genocidio pasado, y otra muy distinta uno presente. Y contra nada de esto se pronunció la Legislatura porteña.
Fuente: Tiempo Argentino
 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La geopolítica internacional del conocimiento


 

Colaboración académicainternacional y geopolítica
 
La experiencia indica que la colaboración internacional en las ciencias sociales –y quizá también en el resto del campo científico– ha estado en mucha medida traspasada por la geopolítica. Académicos que aparentemen-
te colaboran entre ellos o trabajan juntos actúan a menudo en un marco de relaciones desiguales, en el que la agenda de investigación y los grandes conceptos de las disciplinas o paradigmas vienen fijados en forma dominante por las comunidades científicas de los países llamados centrales. No es este un fenómeno nuevo. Durante los dos últimos siglos, el desarrollo del Estado moderno estuvo unido a la expansión colonial europea e implicó un doble movimiento: por un lado, una creación y consolidación institucional de ese Estado en los países más poderosos, que se concebían a sí mismos como unidades autónomas; por otro, un proceso de intercambios desiguales y ...Seguir leyendo

A ocho años del “No al ALCA”

Jorge Taiana *

Lecciones de una cumbre histórica

A 8 años de aquel 5 de noviembre de 2005 en el que Mar del Plata fue escenario de un renacimiento regional que nos marcaría para siempre a los países del sur del continente, quiero destacar el valor de aquel hecho que nos encontró diciéndole NO al intento de Estados Unidos por crear en nuestra región un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que fuera funcional a sus intereses y no atendiera nuestras necesidades particulares como países de desarrollo medio o en vías de desarrollo.
Viendo hoy cómo ha cambiado el mundo desde ese noviembre de 2005 hasta hoy, tenemos algunas reflexiones para hacer. He recordado varias veces en estos años un momento crucial que me tocó vivir como coordinador nacional por parte de la Argentina en esa cumbre, cuando las negociaciones se iban tensando por la proximidad del encuentro entre los presidentes, me reuní con el presidente Kirchner para contarle el estado de los debates y el incremento de las presiones por parte de los defensores del ALCA, y cerró todo margen de duda con respecto a la postura que tendríamos que tener los negociadores argentinos. Me dijo que él no haría nada que fuera contra el pueblo y que ésa era la posición argentina en esa cumbre.
Tenemos que señalar que el ALCA fue una iniciativa de Estados Unidos que traía larga historia. Todo lo que había a principios de la década pasada en la región era un proceso llamado ALCA que pretendía dar respuesta a la globalización, impulsado y conducido por Estados Unidos, en función de sus necesidades.
Esta propuesta había surgido con el presidente Bush padre y luego continuó en el mandato de Clinton. En la primera cumbre, realizada en 1994 en Miami, ningún país se opuso, salvo Cuba, que no estaba invitada. Tampoco nadie se opuso en 1998, en Santiago de Chile, y en 2001 en Quebec, Canadá, el único que se mostró en desacuerdo fue Chávez. La Argentina, en esa cumbre de 2001 representada por De la Rúa, fue la que propuso ser sede para la firma del ALCA. Ese era el contexto previo al encuentro de Mar del Plata: todo listo para que Estados Unidos cumpliera, una vez más, con su objetivo de consolidar un área comercial con nuestros países, que no lograrían su desarrollo propio ni podrían trabajar en virtud de su integración regional. Lo que se estaba debatiendo era un modelo de integración frente a un mundo globalizado. Era un modelo que contemplaba el liderazgo hegemónico de Estados Unidos y la subordinación de nuestras economías. Nosotros preferimos construir un modelo de integración basado en nuestras propias fuerzas, entre iguales. Consideramos que eso nos iba a dar más autonomía e iba a ser mejor para la defensa del interés nacional.
El debate acerca del rumbo del Mercosur y por qué había que cambiar la matriz comercialista que se había construido en los ’90 era algo que ya estaba presente desde que asumimos, en el año 2003. Hubo ahí un elemento fundamental y fue la decisión política de Argentina y Brasil de cambiar el eje del debate. Lula y Néstor entendieron que la Argentina debía salir de su crisis a través de su desarrollo industrial y, para cumplir con ese objetivo, Brasil era un actor fundamental. Lula y Néstor decidieron dar un giro en el modelo de relación bilateral y apostaron a ser socios, y no meros importadores o exportadores de productos. Ambos apostaron fuertemente por una integración productiva, una alianza estratégica que sirviera a los intereses de nuestros pueblos y a la región en su conjunto.
Fue en las negociaciones previas a la cumbre de 2005, cuando los cuatro países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) junto con Venezuela, que nos opusimos gracias a la convicción de Néstor para enfrentar a los poderosos, y debemos reconocer que esa firmeza y esa convicción en la unidad latinoamericana fue la que impulsó el posterior nacimiento de la Unión de Naciones del Sur (Unasur).
Podemos decir, sin riesgo de equivocarnos, que la cumbre de Mar del Plata fue un punto de inflexión en la historia de nuestros países y lo que después conformamos en la Unasur, que tuvo como primer secretario general a Néstor, en reconocimiento por su firmeza a la hora de trabajar por la integración regional.
Además del rol de Néstor y el papel clave que jugaron Hugo y Lula, siempre destaco el lema de esa cumbre porque también considero que fue fundamental: “Crear trabajo para fortalecer la democracia y combatir la pobreza”. Esa cumbre no sólo debatió y le dijo NO al ALCA sino que fue la prueba de que la región empezaba a debatir qué clase de democracia quería para sí, y cuáles eran sus prioridades en medio de nuevos desafíos globales.
Es por todos estos elementos que sirve recordar lo que pasaba hace tan sólo 8 años en Mar del Plata, cuando cinco países nos plantamos ante otros 29 con la convicción de estar cuidando el interés nacional y sembrando las bases de lo que después consolidaríamos como región sudamericana. Hoy, que el mundo sufre los embates de una crisis que no termina de superarse, podemos confirmar que la firmeza de hombres como Néstor Kirchner, Lula da Silva y Hugo Chávez nos ha ayudado a mantenernos en pie, poder trabajar por el bienestar de nuestros pueblos y conservar nuestras autonomías que nos permitan construir nuestro propio destino.
* Ex canciller. Legislador electo y director del Centro Internacional de Estudios Políticos de la Unsam.

Adela Segarra *

Un corazón que nace en Mar del Plata

Un 5 de noviembre de 2005 se marcó un punto de inflexión en nuestra democracia y en nuestro proyecto de país. Un 5 de noviembre de 2005 ocurrió el hecho maldito para el mundo unipolar, porque aquella cumbre del pueblo movilizado y de un Bush estancado en un barco en el Atlántico escribió una nueva página en el derrotero de la independencia de Latinoamérica.
Como marplatense reivindico que ese hecho haya trascurrido en nuestra ciudad. La ciudad de Mar del Plata es hoy una parte de nuestra historia, que seguramente nuestras nietas y nietos verán y estudiarán en diversos soportes, tal como lo hicimos en libros de texto con el combate de San Lorenzo, el encuentro en Guayaquil, el cruce de los Andes. Necesitamos dimensionar en toda su magnitud el significado del quiebre que se produjo durante esas jornadas, con la lógica dominante de Estados Unidos. Parafraseando estrofas de nuestro himno: “Se levantan en la faz de la tierra nuevas y gloriosas naciones”.
Porque más allá del explícito rechazo al ALCA repitiendo la voz de “alcarajo”, este movimiento, interpretado por Néstor y Chávez, nos llevó a dar un paso fundamental para dar institucionalidad al proceso de Unidad Latinoamericana. El escenario de nuestra ciudad dio el clima necesario para que lo creamos posible, para parir el sueño de los libertadores.
Parimos la Unasur, la Celac, parimos un bloque abierto constituido para fortalecer la integración en beneficio de los habitantes de la región. Un grupo de países que se alinean con el multilateralismo, la preservación y defensa de la soberanía nacional, la integración en todos los niveles, el bienestar de los pueblos, la reducción de las asimetrías y la vigencia de la democracia, así como una agenda social que busca la superación de los desequilibrios, la ciudadanía su-damericana y el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural.
En esa tarde húmeda, soplando tres veces al viento para pedirle al cielo que frene la lluvia, y dándoles lugar a tantos abrazos que nos daban la fuerza necesaria para sostener aquella decisión, sabíamos que lo mejor estaba por venir, sabíamos que, como cantaba Silvio en el escenario, la era estaba pariendo un corazón.
* Diputada nacional. Referente nacional del Movimiento Evita.
Fuente: Página/12

lunes, 4 de noviembre de 2013

“Nuestras referencias sobre la vejez siguen atrasando”

RICARDO IACUB, DOCTOR EN PSICOLOGIA Y ESPECIALISTA EN GERONTOLOGIA

Dice que “otra vejez es posible”, que la mirada social sobre los viejos está llena de prejuicios. Forma parte de la nueva gerontología, que propone una vejez positiva y activa. “Tenemos que generar más debate, más imágenes de adultos mayores en posiciones eróticas, porque lo que nos produce impresión es lo que no estamos acostumbrados a ver”, plantea.

Por Verónica Engler
Durante la entrevista, Ricardo Iacub, doctor en Psicología y especialista en Gerontología, tiene sobre la mesa un ejemplar del día de Página/12, cuya nota de tapa destaca un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que muestra que en la Argentina se experimentó una baja abrupta de la pobreza en la vejez en la última década y que está en los primeros lugares en todos los campos del sistema jubilatorio en la región. Iacub reconoce que estas políticas de Estado son fundamentales para modificar la realidad de la vejez. “Más allá de todas las visiones negativas de la vejez que esta sociedad tiene, es importantísimo destacar que nunca como en este momento hubo tanta confrontación de ideas. Así como tenemos el discurso anti-age muy instalado, tenemos al mismo tiempo toda una serie de dispositivos, a nivel del Estado pero también a nivel académico, que está mostrando que otra vejez es posible”, señala. Porque, se sabe, no debe haber sector etario con peor prensa que aquel que agrupa a los adultos mayores. Las imágenes denigrantes sobre este grupo abundan, pero están absolutamente naturalizadas: las personas viejas son feas, mayormente están enfermas y recluidas en la casa familiar, son conservadoras, tienen poca capacidad de disfrute y energía para encarar proyectos, no tienen una sexualidad activa, son aburridas, depresivas, sus cuerpos no son eróticos, las arrugas restan, y la lista continúa. En esta charla, Iacub repasa parte de estas representaciones negativas y muestra otras opciones de lectura para la vejez, una etapa más de la vida que, sorprendentemente, también puede deparar muy buenos momentos para quienes se aventuren en ella.
–En nuestra sociedad la vejez tiene mayormente un valor negativo. ¿Cómo se da esta construcción histórica sobre esta etapa de la vida? –En realidad tenemos una raíz clara de segregación frente a la estética de la vejez, la estética como un constructo cultural que define quiénes están dentro o no de lo bello y lo deseable. Y los griegos y romanos tuvieron una marca fundamental. Esto que a veces nos pasa, y de lo cual tenemos un registro casi naturalizado, los griegos lo decían continuamente: que los viejos eran feos, que sus cuerpos parecían cadáveres, que remitían a imágenes del Hades, del lugar donde vivían los muertos. Esto, en alguna medida, impregnó una percepción de la vejez dentro de una cierta linealidad discursiva, que después se repite en distintos momentos, aunque no siempre de la misma manera. El objeto de deseo clave de los griegos eran los jóvenes, pero muy jóvenes, cuasi niños. También es importante considerar que en esa época los griegos y romanos, como tenían ciertos sistemas de agua potable y otros desarrollos que mejoraban su calidad de vida, vivían más de lo que nosotros imaginamos, no morían a los cuarenta años. Ellos comparan la juventud como la imagen de los dioses, es decir que son refulgentes como los dioses, que llaman la atención y por eso son llamados al erotismo. Mientras que los viejos eran como rocas duras que no reflejan nada, que no brillaban. Los griegos decían que la enfermedad, la vejez y la muerte eran las tres grandes desgracias del hombre. Pero también es importante resaltar que en nuestra propia cultura occidental tenemos la tradición judía, que tiene una mirada bastante distinta en relación con esto, en los textos atribuidos a Salomón, del Antiguo Testamento, se habla de una continuidad permanente, es decir que el deseo no tiene una edad determinada. Me parece importante hacer estas referencias, porque lo que nos muestran es que no hay nada tan natural en esto de “no nos gustan los viejos”, porque son relatos, libretos culturales que tenemos, pero que se ponen muy poco en duda.
–Las personas mayores son generalmente asociadas a la enfermedad, a la inactividad, a la baja energía. ¿Es posible que se dificulte cuestionar esto porque hay un correlato biológico, digamos, que de alguna manera puede refrendar estas imágenes? –Sí, y porque hemos construido un ideal juvenil en muchos sentidos, de que la alegría aparece ligada a un exceso de energía física, que tenemos que movernos mucho, andar en moto a mil por hora, como si fuera ésta la imagen de la libertad, y en realidad son imágenes absolutamente contingentes, banales, y que de hecho la mayoría de las personas ni las experimenta. Muchas de nuestras imágenes de la alegría son las de jovencitos en un viaje de egresados, parece que esto fuera como lo máximo. Y en realidad, lo que hoy vemos es que los niveles de actividad en los viejos son altos, y los niveles de placer y de disfrute son muy altos también, pero parece que nuestras representaciones mentales siempre quedaran como marcadas en esta posición casi decrépita del viejo. Vemos que hoy hay viejos que se están moviendo, que viajan, que tienen fiestas, que la pasan bárbaro, que se divierten, pero terminamos viéndolos siempre como excepcionales, porque la regla todavía a nivel cultural está marcada en que los viejos son aburridos y están encerrados en su casa. Todavía no podemos registrarlos en una posición más activa, incluso de concebir otras formas en donde se presente y se muestre el deseo.
–Esta imagen de los adultos mayores encerrados en sus casas, o recluidos en lo familiar, se pelea con la idea de sociabilidad y con la necesidad de los propios viejos de estar con grupos de pares. –Yo creo que otra de las imágenes que atrasan en nuestra sociedad es la del viejo en el espacio familiar. Sabemos que en Argentina la mayoría de los viejos no viven con la familia. Y sin embargo, sigue apareciendo la imagen del abuelo. ¿Por qué criticamos la idea del abuelo? Porque el abuelo es un negar todas las insignias personales que uno puede haber logrado, y ubicar a ese sujeto en el ámbito de la familia. Hoy tenemos en Argentina, que es un ejemplo en Latinoamérica en este sentido, una cantidad de actividades impresionantes, y los viejos saben que el incluirse en estas actividades es mucho más regocijante que estar todo el tiempo con los nietos. Hoy es muy habitual que si uno va por cualquier lugar de la Argentina se encuentre con grupos de jubilados, hay centros de jubilados por todos lados y gracias a Upami (los programas de PAMI en la universidad) se llenaron de viejos las facultades. En nuestra cátedra, en la Facultad de Psicología (de la UBA), tenemos más de trescientos alumnos que concurren. La facultad está llena de viejos, pero cuando les pregunto a mis alumnos jóvenes cuando empiezan a cursar si ven que hay viejos en la facultad, responden que no los ven. Algo que es llamativo, porque hay bandas de viejos, y además son muy sociables, van todos juntos, los bares que están cerca de la facultad se llenan de viejos. Pero no los vemos porque no estamos preparados para verlos. Creo que los grupos de viejos son una excelente opción para un nuevo estilo de vida que se está generando. Este estilo de vida más activo, con más intereses personales, es un estilo que requiere de pares. Y probablemente esos pares podrían no ser los viejos, pero son los viejos porque son los que comparten más tiempo libre. Y en este sentido le da fuerza a la noción de edad no tanto por ser tan distintos de otros, sino básicamente porque comparten tiempo libre.
–Llama la atención que lo que predomine sea una imagen de la decrepitud más ligada a la enfermedad, considerando que el porcentaje de personas mayores que realmente están mal, como para estar en una residencia geriátrica, es absolutamente minoritario. –Pero ésta es una de las representaciones sociales en donde uno puede decir que “la realidad no importa”. Si se le pregunta a la gente cuántos adultos mayores viven en una residencia para adultos mayores, la gente va a decir 40-60 por ciento. Sin embargo, es un 1,5 por ciento, es insignificante. Entonces, lo que pasa es que las representaciones nos dan una idea de realidad que es mucho más efectiva que la realidad misma. Por eso me parece que tenemos que politizar la cuestión de la vejez, porque hay mucha información sobre la temática, pero sin embargo esta temática sigue sesgada en una representación antigua, donde los parámetros nos llevan a ubicarnos en referencias rígidas, en los hospitales, en la enfermedad, cuando la mayoría de la gente sabe que esto no sucede. Creo que en este punto tenemos todavía mucho que debatir, para ver qué significa ser un adulto mayor, porque nuestras referencias siguen atrasando. En este momento estamos tratando de datar cómo se construyeron estas referencias, de ubicarlas históricamente.
–¿Qué otros mitos circulan sobre la vejez? –Hay un montón de mitos que siguen dando vueltas. Por ejemplo, la idea de que los viejos antes vivían con la familia. Los viejos vivían con sus familias en algunos momentos, en general cuando había pobreza. A lo largo del tiempo vivieron de muy diversas maneras. En la Europa del siglo XVIII los viejos que eran ricos no vivían con sus familias. También se dice que los viejos antes eran bien tratados, que se los respetaba. Depende, en Latinoamérica misma tenemos algunas tribus del norte argentino y Bolivia que lo primero que hacían cuando un viejo no podía moverse más era dejarlo para que se muriera, mientras que otras tribus, como los yamanas, cuidaban de que siempre tuvieran para comer, a pesar de que era un tribu que lidiaba con el hambre permanente. La cuestión de la vejez fue muy variable a lo largo del tiempo. En Grecia misma, Esparta era una gerontocracia, y Atenas era una sociedad que despreciaba enormemente a los viejos. Con lo cual lo interesante y lo que tenemos que rescatar de todas estas cuestiones es que, más allá de que hay una incidencia biológica que es notoria en la vejez, porque es verdad que los viejos tienen más enfermedades y que les pasan algunas cosas más que a los más jóvenes, la forma en que una cultura lee estos fenómenos siempre es muy variable. Y esto nos da pie para analizar qué forma de vejez queremos, y hasta qué punto hay algo que tiene que ver con el desequilibrio de poder, con la injusticia, con la desigualdad, que en realidad es producto de una cultura determinada y no de algo que sea natural a la condición a la que llegan los viejos.
–¿De qué manera estas representaciones, que son también las que los propios viejos y viejas manejan, afectan sus propias vivencias? –Creo que los prejuicios, o ciertos significados atribuidos socialmente a los adultos mayores, obviamente nos tocan a todos, y los adultos mayores no están fuera. Y sufren más las consecuencias de los significados negativos de la vejez, porque no se construyeron como grupo, como pueden ser los judíos, los negros o los grupos lgtb, que se construyeron históricamente como un grupo diferenciado, maltratado o discriminado, y que pueden haber tenido una cultura que los defienda. El viejo es alguien que, tardíamente, llega a una posición en la cual se encuentra con una serie de prejuicios para los cuales no está preparado para defenderse. Porque hasta hace un tiempo ellos eran los jóvenes que miraban a esos viejos de una manera discriminadora, con lo cual lo que encontramos es que en los viejos hay altos niveles de prejuicios hacia la propia vejez. De hecho, es muy común escuchar que los viejos dicen “a mí no me gusta estar con viejos, yo con viejos no me junto”. Todos estos prejuicios tienen muchísima investigación empírica que muestra cómo esto incide en que la calidad de vida disminuya. Incluso hay una investigación longitudinal realizada durante veinte años que muestra que las personas que tenían una percepción más positiva de la vejez tuvieron siete años y medio más de vida que los que tuvieron una percepción negativa de la vejez. Con lo cual, uno puede ver que la incidencia de prejuicios hoy toma un sesgo no solamente ligado a la calidad de vida, sino también a la cantidad de años de vida que se pueden tener. Esto nos muestra que el nivel de padecimiento que puede generar una percepción negativa de la vejez es enorme.
–¿Estas representaciones dominantes de la vejez pueden funcionar como profecías autocumplidas o como taras? –Claro. Creo que a pesar de que hubo un cambio enorme en las últimas décadas, en Argentina y en el mundo, respecto de esto, hay una tolerancia enorme a pensar que la vejez es una enfermedad, es un deterioro, y que en realidad podemos decir cualquier cosa acerca de los viejos porque los propios viejos lo aceptan. Entonces, creo que en este sentido tenemos que empezar a generar una sensibilidad distinta, más positiva, hacia los adultos mayores, hacia lo que significa la vejez, porque si no estamos construyendo un grupo en el que nadie quiere estar. El prejuicio hacia la vejez se da de una forma muy distinta de otros prejuicios. Mientras que un antisemita puede decir “haga patria, mate un judío”, nadie va a decir “haga patria, mate un viejo”. Sin embargo, se pueden decir un montón de bestialidades, como toda la promoción que hay sobre antienvejecimiento. O por ejemplo, como una publicidad de un medicamento que se toma habitualmente para el dolor de cabeza que se emitió hasta hace poco, que mostraba a un grupo de jóvenes que hacían diferentes propuestas y el que siempre tenía la negativa era uno que se ponía una máscara de viejo. Todas las opciones tristes las decía el viejo. Y eso lo que muestra es que los viejos son aburridos y tristes. Si se hiciera una publicidad similar con otro grupo, por ejemplo con los negros, sería un escándalo, y sin embargo con la vejez hay una tolerancia enorme a decir cualquier barbaridad. Cuando yo cuento que trabajo con viejos, me suelen decir: “Uy, qué bueno que sos”, como si fuera una cuestión de caridad. Estas referencias de discursos son todavía muy elocuentes en nuestra sociedad.
–¿Y qué pasa en el ámbito de la política con los adultos mayores? –Tenemos un tema serio, porque en el mundo volvió esta cuestión de que los jóvenes son la promesa de la política. Lilita Carrió dijo no hace mucho en un programa de televisión que a los sesenta años la gente tendría que retirarse de la política. ¿Cómo se anima a decir esto? Dando por supuesto que los de más de sesenta son todos corruptos y conservadores. Tenemos un discurso en el que se supone que la vejez está por fuera de un montón de ámbitos. El discurso de la política en general hoy es bastante desconsiderado con los viejos como actores políticos. Yo creo que hay que tratar de incluirlos. De hecho, yo estoy trabajando mucho con el tema de empoderamiento desde varios organismos de gobierno, para que los viejos se empoderen, para que los viejos sientan que son agentes responsables en nuestro destino político, porque si no estamos pensando que los viejos ya se retiraron de muchas instancias, y que quedaron para una segunda línea.
-¿Por qué el cuerpo de las personas viejas genera tanto rechazo y se muestra tan poco? –El tema de la erótica en la vejez radicaliza la relación de nuestra sociedad con la vejez. Es decir, en algún punto nos muestra que hay algo de lo ajeno, de lo extraño, que se presenta en estos cuerpos, que todavía no lo hemos tramitado demasiado bien. El ejemplo más claro de esto es la película Nunca es tarde para amar, donde en la primera escena aparecen dos viejos teniendo relaciones sexuales a plena luz del día. Lo que pasó con esta película es que generó mucha impresión y mucha gente se iba de la sala cuando se presentó, ¡y en el Bafici! A mí me gusta presentar esta primera escena ante diferentes públicos para ver qué les pasa ante los cuerpos de estos viejos. Y lo sorprendente es que mucha gente dice que le da asco. Pero ¿son los únicos cuerpos que dan asco? No. Tal vez si presento gente muy gorda o discapacitados pase lo mismo, antes generaba eso cuando mostrábamos gente lgtb teniendo sexo, ahora menos. En realidad, lo que uno puede notar es que hay algo poco procesado, que todavía impresiona, que no está politizado. A los propios viejos les genera rechazo el cuerpo de los viejos, es muy común que las mujeres mayores dejen de presentarse desnudas ante sus parejas, o que cuando se les pregunta por qué no se pondrían una bikini responden “este cuerpo ya no es para mostrar”. Me parece que todavía tenemos una moralina enorme que no ha sido politizada, ni debatida. Porque el asco, como decía Freud, es uno de los diques primarios que nos ponen frente a lo reprimido culturalmente. Y creo que lo que hay que tratar de mostrar es que hay un nivel de represión cultural frente a esta temática. Vemos como normal que a nadie le guste, pero no es nada normal que a nadie le guste ver el cuerpo de los viejos. Y de hecho hay muchas personas a las que les podría gustar, pero esto queda oscurecido frente a esta cuestión de que lo lógico es que nos gusten los jóvenes. Creo que lo que tenemos que generar es más debate sobre esto, más imágenes de adultos mayores en posiciones eróticas, porque lo que a veces nos produce impresión es lo que no estamos acostumbrados a ver. La estética produce escenarios de lo visible.
Fuente: Página/12

viernes, 1 de noviembre de 2013

Elisa Carrió: la república conservadora


 


Por Norma Giarracca *
En todos los debates preelectorales, Elisa Carrió se remontó al país de 1860 a 1930 como el modelo ideal de crecimiento económico y espíritu republicano. Como acuerdan los historiadores, con la “fundación” del Estado moderno y con el modelo agroexportador, el país mostró un deslumbrante crecimiento económico basado en la renta agraria que prodigaban las fértiles praderas de la Pampa húmeda. Pero simultáneamente a estos procesos se fueron dando otros que la diputada omite o –como dice Boaventura de Sousa Santos– “produce ausencias”, como resultado de su matriz colonial de pensamiento y de ser. En 1880, Julio Roca desata una “campaña” para recuperar tierras que avergüenza al país digno; muchas veces mencionamos como nefasto ese etnocidio fundacional que nunca terminó ni fue juzgado. Asimismo, los intentos de democratización que las metrópolis proponían fueron imperfectos, fraudulentos y resultaban en masacres obreras, estados de sitio en los festejos del Centenario, etc. Más que ponerlos como ejemplos debiéramos reflexionar sobre ellos para no caer una y otra vez en procesos de violencia y autoritarismo. Pero Carrió está muy convencida de sus palabras y profiere sus afirmaciones como verdad.
Y justamente un aspecto que nos interesa del discurso de Elisa Carrió es su concepción del criterio de verdad en la política, pues tal vez allí es donde se expresan sus particularidades, contradicciones y tensiones. El filósofo Alain Badiou dice que desde hace más de 30 años, una corriente importante de la filosofía política sostiene que una característica de la política es ser extraña a la noción de verdad y que desde el momento en que la vinculamos con esa noción empezamos a caer en la presunción totalitaria. Por lo tanto, lo único que existiría son opiniones, verdades relativas. Se trata de una tesis específica sobre la política, cuya argumentación se remonta a Hannah Arendt y sostiene que la política es la actividad cuyo objetivo y desafío reside en el estar juntos, por lo tanto se la debe dotar de un espacio pacífico en el que puedan desplegarse las opiniones dispares y que, si hay una verdad, ésta necesariamente ejerce una opresión elitista sobre el régimen oscuro y confuso de las opiniones.
Carrió, como seguidora de Hannah Arendt, sostiene valorar esta pluralidad de opiniones y se queja de su ausencia en el espacio partidario. Si, como pareciera, para Carrió (con Arendt) sólo hay “opiniones” para caracterizar el buen desarrollo del juego político, la búsqueda del consenso que necesita la “buena república”, ¿dónde ubica las fuertes opiniones que ella no duda en expresar públicamente? Recurrimos nuevamente a Badiou, quien nos dice que cuando se decide a afirmar que “no hay nada más que opiniones”, la opinión dominante es la que se va a imponer como consenso o como marco general en el que pueden emitirse otras. Y es esto precisamente lo que le ocurre a Elisa Carrió, exige flexibilidad y fundamentación de opiniones al resto del campo político partidario (al que llena de diatribas, excepto a sus aliados coyunturales), pero a pesar de ello se atribuye la potestad de decir a diario su verdad, sin dotarla del sentido relativo de cualquier opinión, sino que la emite como una verdad comprobada, a comprobarse en el tiempo, o legitimada por ella.
Esta supuesta propiedad de una verdad (en el contexto de buscar opiniones o verdades fragmentadas en los otros), así como su necesidad de elevarla al pedestal de la predicción, obnubila la práctica política de la diputada; le permite decir hoy que es de izquierda, mañana de derecha, pasado que estamos de parto y luego que agonizamos; puede un día respetar el dolor y otro convertirse en una perversa que desea la muerte de su prójimo o cosas aún peores. Su accionar, sus dichos, sus contradicciones y sobre todo sus “des-límites” (no son transgresiones) son tolerados, aprovechados por terceros y repetidos en esas marchas con raras condiciones de contorno que aparecen por las calles cada tanto.
En estos momentos ha decidido levantar la espada justiciera por considerar espuria la resolución de la Corte Suprema de Justicia sobre la ley de medios audiovisuales. Ella, como única portadora de una verdad que demostrará con kilos de expedientes, demandará, exigirá juicios políticos y todo lo que suele mencionar en estas circunstancias. Nuevamente, no tiene una opinión entre las muchas que escuchamos estos días a favor o en contra de la ley, sino la verdad hegemónica que desea imponer la empresa afectada. Carrió, además de exponerse en sus verdaderas creencias, está afectando a muchas poblaciones que lucharon por esta ley desde el llano y que seguirán luchando para que se aplique en todo su sentido democrático.
Sólo resta decir que lamentamos que Pino Solanas haya decidido asociarse con Carrió y haya decidido denostar con ella la resolución de la Corte. Solanas fue un militante que mantuvo un principio de precaria verdad que fue intentando construir y resignificar colectivamente a lo largo de su vida y que, además, pudo adentrarse en el pensamiento decolonial tanto por aquellas recordadas entrevistas junto a Octavio Getino a Juan Perón, como por su larga amistad con Alcira Argumedo. Pero en la política institucional, cambia, todo cambia...
* Socióloga. Instituto Gino Germani (UBA).

“Es el momento de avanzar”:GLENN POSTOLSKI, DIRECTOR DE LA CARRERA DE COMUNICACION SOCIAL DE LA UBA





El decano electo de la Facultad de Ciencias Sociales celebró el fallo de la Corte Suprema y analiza el escenario planteado. Dice que ahora el Estado tiene la responsabilidad de “dar respuesta a la expectativa que generó la ley de medios”.

Por Diego Martínez
“Ahora estamos en otro estadío y hay una responsabilidad en términos estatales de dar respuesta a la expectativa que generó la ley de medios. Es el momento de avanzar en el plan técnico, en la reserva del 33 por ciento a los medios sin fines de lucro, en el llamado a concursos. La conducción de la Afsca tiene que dar un salto cualitativo en ese aspecto.” La reflexión pertenece a Glenn Postolski, especialista en medios, impulsor de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, director de la carrera Comunicación Social de la UBA y flamante decano electo de la Facultad de Ciencias Sociales.
–¿Qué significa el fallo de la Corte a cuatro años de la sanción?
–En principio significa que aquellos que habíamos militado y planteado que el proceso era legítimo y legal no éramos unos cruzados inquisidores contra la libertad de expresión, sino quienes pensamos la comunicación como un derecho humano fundamental. Eso se ve plasmado en el fallo y por lo tanto es celebratorio. Por otro lado, cuatro años es un período presidencial y esa demora implicó en términos de debate democrático una degradación de los términos en que se discutió, a partir de una confrontación reduccionista y sesgada en torno de Clarín y el Gobierno, cuando esto implicaba una cuestión mucho más trascendente.
–La ley y antes los “21 puntos...” plantearon la adjudicación del 33 por ciento de las licencias a medios sin fines de lucro y sobre 900 licencias de FM adjudicadas desde 2009 sólo 28 fueron a ese tipo de entidades. ¿A qué atribuye esa demora en un punto que no frenó la Justicia?
–Primero caracterizaría la complejidad en torno de cualquier organismo del Estado, históricamente colonizado por un determinado tipo de interés. No hay que olvidar que el Comfer mandaba resoluciones por fax a Clarín antes de que salieran con la firma del interventor o que se habló de un Comfer paralelo que negociaba con las corporaciones. Son costumbres arraigadas y el Estado no construye fácilmente condiciones para dar respuestas rápidas a actores con los que nunca tuvo una dinámica de trabajo. Por otro lado, entiendo que el Gobierno tomó una definición política por la cual la disputa en términos de los fines transformadores de la ley pasaba por una contradicción principal que era desmontar al grupo hegemónico, porque caso contrario cualquier otra iniciativa iba a quedar opacada por la capacidad de Clarín en términos de fijación de agenda. La decisión fue priorizar esa disputa y frente a ella no aplicar el conjunto del articulado. Si fue o no la mejor caracterización, lo evaluarán quienes lo decidieron. Creo que ahora estamos en otro estadío y hay una responsabilidad, en términos estatales, de dar respuesta a la expectativa que generó la ley. Es el momento de avanzar en el plan técnico, en la reserva del 33 por ciento, en el llamado a concursos. La conducción de la Afsca tiene que dar un salto cualitativo en ese aspecto.
–¿Qué otras medidas podría impulsar el Estado para garantizar una mayor pluralidad de voces? La Red Nacional de Medios Alternativos reclama un fondo de promoción y desarrollo para medios comunitarios y exención de gravámenes.
–No sólo eso. La obligatoriedad de los sistemas de cable de incluir señales de organizaciones sociales, todo lo relacionado con la capacitación, promoción y desarrollo... El Estado de alguna manera vino generando condiciones, ahora es el momento de apostar al mediano plazo. Lo mismo con el abono social para sectores vulnerables, la producción de contenidos para público infantil y juvenil, todas estas cosas tienen que tomar mayor dinámica.
–La UBA tiene una radio. ¿Analizan la posibilidad de tener una licencia de televisión?
–La radio es de la universidad, la maneja el rectorado. Creo que tienen una licencia de TV digital, aunque no es un tema que conozca. Si me pregunta como director de Comunicación Social si la carrera debiera en este escenario producir sus contenidos e inclusive tener un medio propio, hoy no tenemos la personería jurídica (la tiene la UBA) pero habría que imaginarse formas de que sea posible. Comunicación tiene 10.000 alumnos y una gran capacidad de producción e incidencia en el entorno metropolitano. Habrá que ver si con el actual presupuesto y con los actuales actores políticos será viable, pero sería una apuesta interesante.
–La ley exige a los nuevos licenciatarios garantizar los puestos de trabajo y se firmó un convenio con ese fin entre el Ministerio de Trabajo, la Afsca y algunos gremios. ¿Se traducirá la ley en algún momento en la creación de nuevos puestos de trabajo?
–La expectativa de incrementar cuantitativamente los medios, la viabilidad a nivel federal, es un proceso que se está dando. Una parte de esta idea de federalización y pluralidad da cuenta de que hay expectativas de que aparezcan nuevas fuentes de trabajo. Lo único que no hay que pensar es que toda aparición va a ser en términos de grandes medios: no van a aparecer canales como Telefe con 200 trabajadores, es otra escala, otra dimensión, pero puestos van a aparecer y de hecho con los concursos de contenidos para TV digital se armaron decenas de cooperativas de productores, guionistas, etcétera.
–La Corte, aunque no era el tema del fallo, planteó la necesidad de pautas claras sobre el reparto de la publicidad oficial. ¿Cuál es su posición?
–Creo que hay un conjunto de regulaciones que hacen a un sistema y ninguna debe estar por fuera de la lógica general. Pienso que habría que fijar criterios que tengan como lógica fomentar el pluralismo de voces y no distribuir pauta según el nivel de venta o el rating de un medio. Debería ser una herramienta que constituya la posibilidad de sustentabilidad de los medios, y ese debate debería darse en el Congreso. También el de una ley de acceso a la información que tenga como objeto no sólo al Estado sino a otros actores, como los grandes medios, para que los ciudadanos puedan decidir en base a información transparente y no al secretismo que manejan grandes grupos económicos.
–¿Cómo imagina el mapa de medios audiovisuales en un lustro? ¿Qué nuevos actores sociales marcarán agenda?
–De acá a cinco años va a ser muy parecido, los cambios en la arena de lo cultural son más a mediano y largo plazo. Creo que no habrá una explosión de medios alternativos como en los ’80, sí experiencias vinculadas a sectores sociales organizados que empiecen a construir contenidos diferentes y que vayan creando un nuevo tipo de audiencia, que hoy es hasta difícil de imaginar. Hay todo un camino por recorrer donde se van a generar nuevos nichos, nuevas audiencias, sujetos particulares vinculados por ejemplo a la vida gremial de los trabajadores. Creo que en ese recorrido se van a poder garantizar contenidos diferentes y proyectos políticos comunicacionales sustentables en el tiempo.
Fuente: Página/12