martes, 27 de septiembre de 2011

DEBATE : INDUSTRIALIZAR LA AGRICULTURA Y POLITICAS DE ESTADO

Estrategias agroalimentarias
La apertura al debate que propone el Plan Estratégico es una oportunidad para pensadores y portadores de experiencias que puedan dialogar con representantes de la ciencia ligada a la agricultura y con políticos que construyen planes y toman decisiones.



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 Por Norma Giarracca *

               La Presidenta, después de un primer anuncio en 2010, presentó el lunes pasado el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial. Todo plan de gobierno, de generación de políticas de Estado, tiene como contexto una visión de la sociedad en su conjunto y del sector económico y social en juego. La idea de industrializar la agricultura no es nueva, se remonta al final del siglo XIX. En efecto, “la cuestión agraria”, es decir lo agrario convertido en una “cuestión”, en “problema” para el desarrollo del capitalismo industrial, abonó muchos debates tanto en el pensamiento hegemónico liberal como en el crítico.

                    Karl Kautsky reflexionaba sobre “la cuestión agraria” en función de un programa para la socialdemocracia alemana y, en un importante trabajo publicado en 1899, llegaba a la agroindustrialización, cadenas de valor que ejemplificaba con la empresa láctea Nestlé. Ribetes interesantes y hasta trágicos alcanzó el debate cuando intervenía la pequeña producción o su forma comunitaria. El recordado agrónomo ruso Alexander Chayanov (muerto en las cárceles del stalinismo) se imaginaba en la Rusia de comienzos del siglo XX, pueblos rurales industrializados con eficientes agroindustrias que agregaran valor a la materia prima. Ese debate se retoma después de la Segunda Guerra Mundial, atraviesa Europa y mucha riqueza argumentativa fue agregada por países de América latina, como México o Brasil.

                      Cuando el Consenso de Washington aún no se había elaborado, Juan Perón escribe en 1972 el “Mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo” y, sorprendentemente, puede describir desde sus preocupaciones lo que el futuro nos deparaba en términos de agricultura, recursos naturales, alimentos, ciencia, calidad medioambiental. En sólo seis páginas este impresionante estadista anunciaba “lo que vendría” en forma de mensaje para pueblos y gobiernos. Dice Perón: “El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica y, si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra, sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas... El ser humano cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia. Y así, mientras llega a la Luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos teóricos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata el mar que podía servirle de última base de sustentación”.

                  Valdría la pena reproducir todo este material y retomarlo hoy para recordar no sólo su profundo pensamiento nacional, popular y básicamente “decolonial”, sino también para generar los puntos de partida o las raíces del debate del siglo XXI acerca de estos problemas, que son, precisamente, los que rodean al Plan Estratégico.

                 El pensamiento social crítico de nuestro siglo parte de otra relación entre el hombre y su entorno. Como previó Perón, el hombre desde la ecología política comenzó a concebirse como parte del medio ambiente por él creado. Por eso se discuten los derechos de la naturaleza, el respeto por los recursos como legados “posgeneracionales” criticando la idea de un exponencial desarrollo productivo que el gran capital siempre reclama. No es aumentando la producción e incorporando tierra (que se quita a otros usos, comunidades, yungas, bosques) el modo de plantearse los problemas de la agroalimentación. Tampoco lo es con la famosa tecnología de punta. Boaventura de Sousa Santos recuerda que para construir un satélite debemos recurrir a la tecnología de punta, mientras que para ocuparnos de la preservación del agua, la tierra, la alimentación de la población debemos por lo menos construir una ecología de saberes entre las ciencias agronómicas, las experiencias de aquellos que se dedicaron a trabajar la tierra durante décadas, el conocimiento de los grupos humanos acerca de la formación de acciones organizativas (cooperativas, frente de cosechas). El y muchos otros pensadores del siglo XXI nos alertan de los peligros de las tecnologías que amenazan hacer desaparecer semillas, biodiversidad, fertilidades de suelos. En fin, el peligro de convertir la tierra, en efecto, en “un recurso no renovable” (cuando en realidad no lo es, es limitado y renovable). Un pensamiento social crítico recorre el mundo en el siglo XXI. En otros países está en diálogo con los científicos y con el Estado para pensar la cuestión de los recursos naturales y la alimentación. La apertura al debate que propone el Plan Estratégico es una excelente oportunidad para que los portadores de experiencias pasadas pero pensamientos de este siglo XXI puedan dialogar con los representantes de la ciencia ligada a la agricultura hoy (biotecnología) y con los políticos que construyen planes y toman decisiones

* Socióloga, profesora titular de Sociología Rural, Instituto Gino Germani (UBA).

jueves, 22 de septiembre de 2011

THEOTONIO DOS SANTOS, LA SITUACION MUNDIAL Y LOS NUEVOS GOBIERNOS DE AMERICA LATINA

La crisis de EE.UU. contra sí mismo
Referente del pensamiento latinoamericano de los ’60, el intelectual brasileño señala en esta entrevista los graves errores de los gobiernos de Estados Unidos en la conducción del sistema y cómo generó el actual predominio del capital financiero.
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 Por Javier Lewkowicz


               Theotonio Dos Santos es un referente del pensamiento latinoamericano. Brasileño, formó parte de un grupo de intelectuales que, en los ’60, plantearon por primera vez que el atraso y subdesarrollo constituían la otra cara del desarrollo económico en los países centrales. Que el subdesarrollo no podría entenderse sin evaluar el modo en que los países centrales avanzaron. De ese modo, la “teoría de la dependencia” rompió con la idea ingenua, proveniente de las usinas del pensamiento tradicional, de que el desarrollo es un proceso lineal y ahistórico vinculado a la maduración de las estructuras económicas. De visita en la Argentina para participar del seminario de economía organizado por la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo y presentar su último libro, Marxismo y ciencias sociales. Una revisión crítica, Theotonio dialogó con Página/12 y analizó con profundidad los factores que explican la crisis mundial y los cambios políticos en América latina después de la devastación neoliberal. “Estos gobiernos son fruto de los procesos de democratización y de la crítica al neoliberalismo”, señaló.

–¿Qué evaluación hace de la actual fase de la crisis mundial?

–Esta crisis se da en un contexto de cambios estructurales que vienen operando desde la década del ‘90, que refuerzan una tendencia del capitalismo a nivel mundial que necesita del Estado para funcionar, aunque la retórica neoliberal lo haya ocultado mucho. El déficit comercial de Estados Unidos aumentó desde los ’80, con Ronald Reagan, de 50 o 60 mil millones a 300 mil millones de dólares. El déficit público también aumentó en una cuantía similar, porque los dos déficit se combinan: los excedentes retenidos por los exportadores que le venden a Estados Unidos se convierten en títulos de la deuda pública, y de esa forma se cubre el déficit fiscal. En los ’90 hubo un intento de disminuir el gasto, sobre todo en el sector militar, y recuperar el plano fiscal, pero la entrada de George Bush (hijo), otra vez un neoliberal, significó de inmediato la misma política de déficit fiscal colosal. Y Estados Unidos funcionó con un déficit creciente que llegó a 500 o 600 mil millones de dólares. Ese tipo de políticas refuerzan al capital financiero, porque esos títulos de deuda son operados por el sector financiero, que los transforma en derivados y consigue multiplicar por cinco el valor. De repente hay un sector financiero gigantesco operando, que aumentó aun más con la especulación inmobiliaria que sobrevalorizó las propiedades.

–Se suele plantear que el desequilibrio en las cuentas estadounidenses es consecuencia de la falta de regulación. Aquí el Estado estaría cumpliendo un papel central para el funcionamiento del sistema.

–No se trata de un Estado ausente. Es una presencia necesaria para el funcionamiento, porque este funcionamiento no es lógico económicamente. Tiene una lógica de intervención, típicamente intervencionista. Incluso cuando la crisis viene y amenaza la supervivencia de los bancos, se utiliza al Estado. Es el Estado, no el gobierno, porque Obama, con algunas diferencias, continúa con la política de Bush de sostener al sector bancario, aun cuando está claro que está quebrado. No defienden a las personas que están perdiendo su dinero por la caída del valor de los inmuebles que compraron. El dinero va a los bancos, para que se refuercen, se reestructuren y prosigan, aunque no se sabe bien para qué. Es un sistema inútil.

–¿Es crítico respecto al tipo de intervención que ante la crisis implementan los gobiernos europeos?

–No lo diría como crítica. Es un análisis. No creo que ellos tengan una mejor solución, por lo menos para su clase social, para que sobreviva esa gente que no hace nada excepto crear las condiciones para mantenerse en el poder a costa de la gran mayoría de la población. Pero la gente no localiza exactamente dónde está el problema.

–¿Por qué predomina el capital financiero?

–Es un predominio construido por el Estado, porque el capitalismo como sistema productivo ya no ofrece a los representantes de la gran propiedad concentrada mucha oportunidad de ganancia. La tasa de ganancia tiende a caer. Hay períodos de recuperación, pero es tenue en relación con el nivel de consumo y de poder que esta gente desarrolló. Además, el avance de la revolución científico-tecnológica exige inversiones colosales en ciencia, tecnología y desarrollo de innovaciones. Ese tipo de inversión se hace posible porque el sistema genera un excedente económico enorme. Por ejemplo, la productividad en los ’90 aumentó en Estados Unidos cerca de un 4 por ciento al año y los salarios han caído. Eso es un excedente gigante que queda apropiado a través de diversos mecanismos, con el apoyo del Estado para condicionar a la gente y limitar su capacidad de reivindicación.

–¿La crisis es reflejo de un agotamiento? ¿Puede inaugurar una nueva fase del sistema capitalista?

–Yo creo que estamos todavía en una fase de expansión del paradigma tecnológico basado en la robotización, que se está extendiendo a casi todo el sistema productivo y genera un aumento muy grande en la productividad. El capitalismo muestra una gran capacidad de absorción del excedente, pero fundamentalmente lo hace desde la vía estatal. La deuda pública es la gran base de toda esta especulación financiera, junto con las medidas que le permiten al sector privado operar con cierta independencia, y que obligan a economías enteras a manejarse de acuerdo con eso. Me refiero a los bancos centrales, que no son neutrales. Desregulan por política. Ponen por detrás un razonamiento económico absurdo y lo enseñan en las universidades, en la televisión y en la radio. Es una forma de supervivencia del capitalismo que exige una presión extremadamente fuerte del Estado. Esto sobrevive gracias al capitalismo de Estado.

–¿Por qué en los últimos años surgieron en América latina gobiernos que comparten profundas diferencias respecto a sus antecesores en los ’90?

–Estos gobiernos son fruto de los procesos de democratización de la región y de la crítica al neoliberalismo. La gente ha creído, con un trabajo de opinión pública colosal, ayudado por acontecimientos políticos como la caída de la Unión Soviética, que no hay otra opción que una economía capitalista y más precisamente un capitalismo de libre mercado, que en realidad nunca existió ni va a existir, porque estamos ante grandes monopolios y capitalismos de Estado creciente. Un ejemplo interesante se da en Chile, donde hubo 20 años de terror y ahora de repente la gente empieza a ver lo que pasa. Hay una crítica muy fuerte y eso se deriva de la situación democrática, que encima se combina con una situación económica dramática en el mundo, lo que crea las condiciones para que la gente busque una alternativa. En mi libro Del terror a la esperanza pongo la atención en que el neoliberalismo fue una operación intelectual por la cual se creó un clima para instalar la idea de que se trataba del pensamiento del futuro, cuando en realidad la base de esa construcción teórica es copiada del siglo XVIII. Y de repente la gente que pensaba en el poscapitalismo era lo viejo. Una cosa increíble como operación intelectual. Por detrás de eso había un sistema financiando, ofreciendo posiciones de poder. Pero sobre todo estaba el terror de Estado. El neoliberalismo está fundado en el terror. El grupo de Chicago, por ejemplo, tuvo el primer gobierno a su disposición con Pinochet. La asociación entre el neoliberalismo y terror es histórica, a pesar de la idea de que hay una relación entre liberalismo político, económico y democracia. Democracia es poder del pueblo, voto universal. La idea de libertad no es una idea democrática necesariamente.

MATERIAS PRIMAS Y TECNOLOGIA
Un arma de negociación

–Ante el ascenso de China y la mejora en los términos del intercambio, ¿América latina debería cambiar su estrategia de industrialización, como se señala desde la ortodoxia?

–Tenemos que tener una política regional, impulsar la integración y la conformación de un mercado regional, porque las escalas actuales de producción son muy grandes. La escala regional alcanza para cierto nivel, aunque en algunos productos de punta, la escala es planetaria. Sin embargo, hay ciertos productos minerales, naturales, donde nosotros tenemos condiciones de competir planetariamente, porque somos los únicos productores. Y de esa forma podemos entrar en el nuevo paradigma tecnológico, basado en la biotecnología.

–¿Cómo evitar que eso derive en un esquema de especialización típico en recursos naturales?

–Eso depende de que se negocie realmente el uso de los recursos con un alto grado de industrialización. Nosotros tenemos casi toda la producción de litio en Bolivia y Chile. Los bolivianos están intentando montar un sistema de gestión para vender el litio procesado. Y el que lo quiera tiene que aceptar esas condiciones. Con el apoyo de toda América latina, se pueden convertir en un gran centro de desarrollo de litio. Si toda la región se junta, se puede desarrollar el mineral. Se puede desplegar una industria de materias primas bastante avanzada, con alto grado de valor agregado. No hay que tomar la llamada reprimarización como un problema, sino como la posibilidad de que podamos tener, a partir de nuestra naturaleza, un instrumento de negociación mundial muy fuerte y de desarrollo, si no aceptamos simplemente vender el producto primario
 
Fuente diario página/12

martes, 20 de septiembre de 2011


 HOMENAJE. FALLECIO EL ECONOMISTA E INVESTIGADOR DANIEL AZPIAZU
Un hombre Brecht
A los 63 años murió un imprescindible, Daniel Azpiazu, referente ineludible de la corriente de pensamiento crítico del neoliberalismo. Sus trabajos, de calidad técnica y rigurosidad analítica, constituyen una guía fundamental para comprender el proceso económico, político y social del país, destacándose los referidos a las privatizaciones, grupos económicos y políticas industriales.

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“Al maestro, con cariño”
Por Martin Schorr

                 Alguna vez Bertolt Brecht escribió: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Y eso fue, precisamente, el querido Daniel Azpiazu, que falleció el pasado 30 de agosto a la corta edad de 63 años: un tipo imprescindible.

                 En primer lugar, porque es uno de los principales referentes en la lucha contra los pensamientos dominantes y los saberes establecidos. Siempre a partir de la adopción de un enfoque de neto corte heterodoxo, en el que la economía debe necesariamente ser encarada como economía política. Es decir, como una disciplina científica en la que el poder y su desigual distribución entre las distintas clases sociales y fracciones de clase debe constituir uno de los ejes centrales del análisis.

               En segundo lugar, por legarnos una obra inmensa en la que sobresale un rigor metodológico impresionante y una notable precisión analítica para esclarecer procesos sumamente complejos, que los diferentes factores de poder siempre intentan ocultar o travestir. En ese marco, una de sus principales contribuciones fueron sus investigaciones sobre los cambios verificados en los sectores dominantes de la Argentina a partir de la última dictadura militar, cuyos resultados se plasmaron en numerosos ámbitos. Entre ellos se destaca el libro El nuevo poder económico en la Argentina de los años ochenta, en coautoría con Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse, que a esta altura constituye un clásico de las ciencias sociales. Daniel también analizó la trayectoria del capital extranjero radicado en el país a lo largo de diferentes etapas, la crisis y la reestructuración regresiva fabril a partir de 1976 y las políticas de promoción industrial y sus impactos sobre la estructura y la dinámica de ciertas ramas estratégicas. Asimismo, en pleno auge del neoliberalismo se destacaron sus agudos análisis del nefasto programa de privatizaciones desplegado en la década de 1990. En los últimos años, siempre desde una perspectiva crítica, se abocó a estudiar el comportamiento del sector industrial en la posconvertibilidad y la creciente extranjerización de la estructura económica local.

                 En tercer lugar, habría que remarcar la vocación y la pasión con las que Daniel formó a numerosos profesionales e investigadores a partir de su desempeño como docente en distintos lugares del país y en calidad de director o tutor de una innumerable cantidad de tesistas y becarios. Quienes tuvimos la suerte de trabajar a su lado admiramos y “sufrimos” a un lector tan detallista que era capaz de leer el índice de un trabajo o los distintos borradores tantas veces como fuera necesario, hasta que quedara “para mandar a barbecho”, como solía decir en señal de aprobación.
En cuarto lugar, cabe destacar su rol protagónico en diversos procesos de construcción institucional. Entre ellos sobresale su activa participación como cofundador y sostén fundamental del Area de Economía y Tecnología de la Flacso, así como en distintas comisiones del Conicet y en la etapa fundacional de la Universidad de General Sarmiento.
En quinto lugar, pero no por eso menos importante, habría que recordar a Daniel por su calidad humana y ética. En un ambiente en el que suele primar la soberbia y la competencia, Daniel era de una humildad y una solidaridad inquebrantables. Siempre te estimulaba y acompañaba en proyectos de tipo laboral y personal, aportando su excelente sentido del humor, su comprensión, sus críticas constructivas y sus consejos. Se fue un fuera de serie, un imprescindible. Su partida deja un vacío inmenso. Pero también un desafío no menor: recuperar sus legados y darle continuidad a su obra, como Daniel Azpiazu, nuestro maestro, habría querido

“Un tipo excepcional”

Por Mariano A. Barrera *

                 A Daniel Azpiazu, como la mayoría de los jóvenes de mi edad, lo conocí a través de sus publicaciones. Recuerdo que mientras cursaba la carrera de Ciencia Política, en ciertos ámbitos resonaban los nombres de Eduardo Basualdo y Daniel Azpiazu a través de sus estudios sobre la estructura social económica de la Argentina. En ese entonces, la impronta de su nombre imponía una distancia que lo ubicaba en el altar en el que uno sitúa a los intelectuales.
Mi primer encuentro con él fue en el marco de la Maestría en Economía Política de la Flacso que él dirigía con Basualdo y, en aquel entonces, Hugo Nochteff. En aquella oportunidad, a la primera clase del seminario de Economía Política Argentina llegué unos minutos tarde y sólo quedaba un lugar en la primera fila. Cuando terminé de firmar la lista para acreditar la presencia, se la pasé a la persona que estaba a mi lado, quien la miró y me dijo amablemente que él no firmaba. Ahí me dio la sensación de que no era un alumno y que podía ser un docente de la maestría. Algunas semanas después, cuando le tocó dar las clases de ese seminario, pude confirmar que esa persona era Daniel.

                     Hacia finales de ese mismo año lo tuve como docente en el taller de tesis. Desde ese último trimestre de 2007 hasta el último lunes, fue un pilar esencial en el desarrollo de mi investigación (como la de varios de mis compañeros y compañeras), pero fundamentalmente, de mi vida, porque Daniel tenía la facultad de no ser solamente un docente, sino una compañía, un punto de apoyo. Recuerdo un viernes a la noche en que me tocó ser el último en la reunión del taller y cuando terminamos nos fuimos caminando hacia el subte. Al día siguiente, el sábado a las 10.20, me escribió: “Cuando anoche venía para casa me acordé de un viejo trabajito que tal vez te sirva por el ‘racconto’ de ciertos hechos, más difíciles (tal vez...) de reconstruir ahora. Por las dudas, te lo adjunto”. Daniel era así, era de esas personas que están pendientes de cómo ayudar, desde su espacio, al progreso de los demás. Un tipo con una generosidad inmensa, que se molestaba cuando uno estaba encallado en la investigación y no se animaba a pedirle ayuda.
Tuve el privilegio de que luego aceptara ser mi director de la beca doctoral que otorga el Conicet y de mi tesis de maestría. Desde el primer momento, y de forma desinteresada, me acompañó (como lo hacía con todos aquellos que se lo solicitaban) siguiendo cada una de las etapas de la investigación, respondiendo a todas y cada una de la innumerable cantidad de dudas que fueron surgiendo, sin importar el día ni el horario de la consulta. Daniel tenía esa capacidad de contribuir diariamente, con una “generosidad académica” poco frecuente, con su vasto conocimiento, ayudando a quienes no lográbamos desentrañar los escollos que impone cualquier trabajo; leyendo y corrigiendo en tres días con una minuciosidad envidiable “bodoques” de 250 páginas.
                      
                    El lunes se fue Daniel, un intelectual como pocos que tenía la facultad de redactar de forma sencilla procesos complejos; un tipo intelectualmente brillante con una notable capacidad para articular los procesos sociales y con una memoria prodigiosa; una persona que a pesar de la impronta de su nombre y del altar en el que uno lo ubica, él se encargaba de eliminar esa distancia a través de su inmenso afecto y buen humor; un tipo que no se cansaba de enseñar hasta las cuestiones más básicas con tal de ver progresar al otro; pero principalmente se fue un gran consejero, un director que, aunque no lo fuera, te hacía sentir como un par. En resumen, se fue un compañero, un tipo excepcional

* Becario del Conicet, dirigido por Daniel Azpiazu.

Fuente diario página/12

viernes, 16 de septiembre de 2011

› DE LA TEORIA A LA PRACTICA POLITICA > DOS REFLEXIONES SOBRE EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA VIDA PUBLICA




Escollos y desafíos

En un debate organizado por el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Sociales-UBA), José Nun y Emilio De Ipola abordaron desde distintos enfoques la articulación entre intelectuales, política y formas de intervención pública. Aquí, sus planteos centrales.
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  Por Emilio De Ipola *
                
              Para plantear algunos interrogantes sobre la relación de los intelectuales y la política, voy a referirme a mi experiencia en el interior del grupo Esmeralda que asesoró a Raúl Alfonsín, exclusivamente en la confección de sus discursos, entre 1985 y 1988. No quiero centrarme en la mera descripción, y menos aún en el elogio de esa experiencia, sino al contrario, referirme a sus escollos, a los desafíos que planteaba, a la mala conciencia que a veces nos producía, y también a algunos aspectos relacionados con la ética. El nacimiento de ese colectivo fue un poco desmañado: se fue constituyendo como una suma heterogénea de intelectuales y periodistas y durante un tiempo fue dirigido por un psiquiatra. En sus inicios, funcionó como una suerte de centro caótico de discusión, cuyo tema único era el grupo mismo: sus tareas, sus fines. No sabíamos para dónde íbamos, ni qué hacer para orientar el grupo.
Pero un día surgió la idea de visitar a Alfonsín. Allí las cosas empezaron a encarrilarse. Le propusimos que pronunciara un discurso sustantivo, teóricamente fundado, que culminara con una propuesta política fuerte y, por supuesto, progresista. Aceptó con entusiasmo. En virtud de ese discurso el grupo se fue organizando, dividiendo sus tareas: había un departamento de encuestas, otro de medios, un tercero de periodistas y un cuarto sin nombre: los “teóricos”.

Finalmente, el 1º de diciembre de 1985, a las 9, cerrando el plenario del congreso de la UCR, Alfonsín leyó el discurso. Fue ése el momento más positivo, más eufórico que vivió el grupo.
Cabe aquí una digresión. Alfonsín era un buen tipo, pero, además, quería ser un buen tipo, y se amaba a sí mismo en su condición de buen tipo. Cuidaba esa imagen, razón por la cual a menudo buscaba resolver todo por las buenas. Esa tendencia lo llevó a cometer importantes errores. Eso nos molestaba; no era necesario fomentar siempre esa imagen de bonhomía. Por otra parte –pensábamos–, sus intervenciones más acertadas tuvieron un claro sesgo colérico (en la Rural, en el púlpito, en un acto en que respondió a Ubaldini, allí presente).

Con los procesos a los militares –luego del Juicio a las Juntas– comenzaron los problemas. Las medidas tomadas por el gobierno (las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida) nos afectaron profundamente: nos sentíamos muy incómodos con nosotros mismos. Pues lo que daba a nuestra experiencia su particular complejidad era la necesidad de saber tomar distancia respecto del lugar que ocupábamos y las posiciones que asumíamos: la necesidad y sobre todo la dificultad de captar la mirada de nuestros testigos y jueces, encarnados en las posiciones, a menudo críticas, de nuestros pares. No ocultaré que el compromiso adquirido, junto a la cercanía con la figura del presidente, afectaba, más allá de nuestra voluntad y nuestra conciencia, la opiniones que vertíamos. Aquel que está cerca del poder adquiere una sensibilidad particular para comprender las dificultades que lo aquejan, así como para juzgar infundadas las críticas que recibe. Pero, con todo, mirando hacia atrás, hacia esos tiempos tormentosos, creo que no estábamos equivocados. Por eso, hoy sigo pensando que hicimos bien en incorporarnos al grupo Esmeralda y en cooperar en la elaboración de ese discurso tan lleno de deficiencias pero también de aciertos como fue el de Parque Norte. Ni decisiva, ni desdeñable, nuestra colaboración en ese y otros mensajes posteriores, formó parte, junto con la contribución de otras personas, de un intento valioso de otorgarle sentidos a la construcción de la democracia en la Argentina.
Siempre lo hicimos en un marco de tolerancia –celosamente protegido por Raúl Alfonsín–, manteniendo nuestros puntos de vista bajo el reconocimiento de que, sin integrar las filas de la UCR, intentábamos aportar una inquietud de izquierda democrática. En suma, Esmeralda y Parque Norte valieron la pena. De ningún modo renegamos de lo hecho: si se presentaran circunstancias análogas, volveríamos a hacerlo.
Investigador superior del Conicet, Instituto Gino
Germani (Sociales-UBA).

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La función intelectual

 Por José Nun *

1  Vivimos una época de continuos deslizamientos semánticos que oscurecen la realidad. Así, a un licenciado en Filosofía se lo llama “filósofo”, aunque nunca haya aportado una sola idea a su disciplina. Algo semejante ocurre con la siempre resbaladiza noción de “intelectual”. En su momento, Gramsci dio un gran paso adelante cuando desechó el uso del término para designar la naturaleza intrínseca de una actividad (como en la borrosa dicotomía “trabajo manual/trabajo intelectual”) y propuso que se empleara, en cambio, para aludir a una función determinada. Sólo que tanto la crisis de los discursos ideológicos totalizadores como la fragmentación de las clases sociales le han hecho perder anclaje a su propia categoría de “intelectual orgánico”, convirtiéndola en una abstracción.

2 Esto no significa en absoluto que la “función intelectual” haya desaparecido. Al revés, esa crisis y esa fragmentación la vuelven cada día más decisiva. Sólo que con ella apuntamos ahora a una apropiación eficaz de lo que producen esos que François Dosse llama “los talleres de la razón práctica”. Hablo, a la vez, de la necesidad y de la importancia de saberes acotados y rigurosos y de mediadores públicos que sean capaces de sistematizarlos críticamente y de ponerlos a disposición de audiencias amplias. La especificidad que asume hoy la función intelectual no excluye por cierto planteos más abarcativos, pero éstos dependen de la profundización de esos saberes y de las conexiones que se logren establecer entre ellos. Lo demás es cháchara de opinólogos poco dispuestos a cambiar nada y, mucho menos, su lugar.

3 Estamos muy lejos de Zola y del momento en que vio la luz el “Manifiesto de los intelectuales”, a fines del siglo XIX. Reitero: ahora cuenta muchísimo más la “función intelectual” que se cumpla que la pretendida figura de intelectual que se adopte. Por eso diría con apenas algo de exageración que puede haber obreros o gerentes o funcionarios de tiempo completo, pero no intelectuales de tiempo completo. No se trata de una profesión. Agente y función han dejado de ser asimilables, si es que alguna vez lo fueron. De ahí que crezcan tanto los riesgos de confusión y de un contrabando de credenciales que no tiene nada de ingenuo. Quiero decir: quienes asumen funciones intelectuales en ciertas circunstancias no lo hacen en otras, cuando la lógica de la militancia política, por ejemplo, los obliga a silenciar sus críticas o a sesgar sus discursos.

4 Entendámonos: son esenciales los papeles que cumplen los docentes o los investigadores o los militantes políticos. Es legítimo y necesario que se multiplique el número de quienes estudian a fondo aspectos diversos de la realidad, que hagan de esto una carrera profesional y que intercambien sus hallazgos con otros especialistas. Al mismo tiempo, es útil y recomendable que participen en actividades políticas de la más variada índole tal como lo hacen los jardineros o las azafatas. Pero desde el punto de vista que adopto aquí, nada de esto significa todavía que estén cumpliendo una función intelectual en el sentido descripto. Lo cual –prefiero pecar de repetitivo antes que ser mal interpretado– no va en absoluto en desmedro de sus prácticas.

5 Para decirlo en términos muy sencillos, en esta coyuntura la función intelectual implica adquirir conocimientos específicos en áreas que habitualmente se consideran reservadas a los expertos para después metabolizar críticamente esos conocimientos, relacionarlos con otros que resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen en comprender la realidad para poder transformarla. Pienso en temas tan fundamentales como la seguridad o la reforma fiscal o el sistema de salud o el uso del espacio público o la distribución del ingreso o la administración de justicia. Y pienso también en mediaciones críticas en sentido fuerte porque descreo del vínculo directo entre el político y el especialista. Estamos en un país donde la tentación del poder ha convertido ideológicamente a muchos expertos en ambiciosos aspirantes a tecnócratas y a buena parte de la dirigencia política en una nave a la deriva.
Investigador superior del Conicet, Instituto de Altos
Estudios Sociales (Unsam).

Fuente Diario Página/12




viernes, 9 de septiembre de 2011

El imperialismo y la economía política mundial hoy

CUADERNOS DEL PENSAMIENTO CRITICO LATINOAMERICANO

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 Por Alex Callinicos

PRESENTACIÓN

A continuación ofrecemos un fragmento del texto de Alex Callinicos publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011. En él, Callinicos vuelve sobre el concepto del imperialismo a la luz de la crisis actual del capitalismo y en el contexto de la arquitectura financiera mundial vigente. Señala analogías y diferencias con el nacimiento del imperialismo británico en el siglo XIX, el papel de Alemania y el proceso que llevó durante la pasada centuria a la hegemonía de Estados Unidos. Focaliza en su trabajo la especificidad del imperialismo estadounidense, que se conforma al finalizar la Guerra Fría y los nuevos actores de la geopolítica mundial en los albores del siglo XXI y sus relaciones complementarias y/o competitivas. Entre ellos, el presente y el futuro de las relaciones Estados Unidos-China.

La especificidad del imperialismo estadounidense Robert Wade sugirió el siguiente experimento mental:

              Suponga que usted es un aspirante a emperador romano en el mundo de hoy, de Estados soberanos, mercados internacionales y economías capitalistas. Para no tener que desplegar frecuentemente su peso militar necesitará actuar mediante la hegemonía en lugar de la coerción, y los demás deberán pensar que su predominio es el resultado natural de arreglos institucionales, fundados en el sentido común, que son justos y equitativos. Si usted –un actor unitario– pudiera crear resueltamente un marco internacional de normas de mercado para promover sus intereses, ¿qué tipo de sistema crearía? (2003: 77).

            Wade imagina una “arquitectura financiera internacional” que no implica al patrón oro, actuando en su lugar la moneda de la potencia hegemónica como la principal moneda de reserva internacional, sus mercados financieros “dominantes en las finanzas internacionales” y “un solo capital privado integrado al mercado mundial”, sin barreras de entrada o de salida, y todo bajo la supervisión de “una flotilla de organizaciones internacionales que se parecen a las cooperativas de los Estados miembro y que otorgan la legitimidad del multilateralismo, pero a las que usted (es decir, la potencia hegemónica) puede controlar mediante el establecimiento de normas y el bloqueo de los efectos que no le gusten”, y defendido por “un gran ejército, a fin de poder respaldar su hegemonía con coerción”. La arquitectura financiera mundial le permite financiar una fuerza militar abrumadora y “barata”. El resultado es el siguiente:

Esta arquitectura económica internacional le permite a su pueblo consumir mucho más de lo que produce, permite a sus empresas y sus capitales entrar y salir, rápidamente, de otros mercados, maximizando los rendimientos a corto plazo; cierra los flujos netos de las rentas de tecnología del resto del mundo por décadas y, por lo tanto, aumenta los incentivos para innovar de sus empresas y por medio de las fuerzas del mercado, aparentemente libres de poder político, refuerza su dominio geopolítico en otros Estados. Mejor aún si sus científicos sociales le explican al público que un proceso de globalización desestructurado y sin agentes –el implacable cambio tecnológico que reduce tiempo y distancias– está detrás de todo esto, causando que todos los Estados, incluido el suyo, pierdan poder vis à vis mercados. Usted no quiere que los demás piensen que la globalización, dentro del marco que ha construido, aumenta su capacidad de tener tanto un gran ejército como un próspero sector civil, mientras disminuye la de todos los demás (Wade, 2003: 78, 80-82).

           Este experimento mental se ajusta, por supuesto, a la hegemonía estadounidense contemporánea como un guante. La debilidad del bosquejo un tanto irónico de Wade es que tal vez basa demasiado la “arquitectura económica internacional actual” en el concreto de la necesidad histórica. Por lo tanto, durante la era de Bretton Woods en los años cincuenta y sesenta, cuando podría decirse que la preeminencia de los Estados Unidos en el mundo capitalista avanzado era mayor económica y geopolíticamente de lo que es hoy, el dólar estaba aún respaldado por el oro; la hegemonía británica decimonónica también implicó la generalización del patrón oro. Por otra parte, como Wade reconoce, el papel del dólar como principal moneda de reserva internacional es una espada de doble filo2. Sin embargo, tiene razón al insistir que las estructuras y las instituciones contemporáneas transnacionales trabajan para aventajar específicamente al capitalismo estadounidense. Recordemos la pregunta de Brenner:
¿Por qué, en relación con el mundo capitalista avanzado, la expansión imperialista, que condujo a la rivalidad interimperialista que llevó a la guerra que prevaleció antes de 1945, no lo consiguió después? ¿Por qué, con respecto a Europa, Japón y, de hecho, gran parte de Asia Oriental, la hegemonía estadounidense durante gran parte del período de la posguerra no pudo tener una forma imperialista –en el sentido que Harvey otorga a la palabra–, es decir, la aplicación del poder político para consolidar, exacerban, y hacer permanente la ventaja económica ya existente? (2006b: 90).

             Responder a estas preguntas implica considerar los intereses de Estados Unidos y los demás países capitalistas avanzados. En el caso de Estados Unidos, la respuesta, en un sentido general, es que la estructura específica y el peso mundial del capitalismo estadounidense le dio la capacidad de dominar y conducir a los principales Estados capitalistas sin construir un imperio territorial tradicional: el imperialismo no territorial de Puerta Abierta fue más adecuado a los intereses de Estados Unidos. Pero la manera en que Brenner plantea la cuestión implica que la hegemonía estadounidense no ha funcionado para servir a los intereses de los capitales de Estados Unidos, en oposición a aquellos capitales basados en economías avanzadas. En un artículo inédito sostiene que la hegemonía de Estados Unidos operó para institucionalizar las condiciones generales favorables para todos los capitales, estadounidenses y extranjeros (Brenner, 2007b). Simon Bromley, al argumentar acerca de la relación entre la invasión de Irak y la estrategia estadounidense del petróleo, sostiene la misma línea:

La forma de control que Estados Unidos está buscando delinear ahora [en Irak] es la que está abierta al capital, commodities e intercambio entre muchos Estados y empresas. No puede ser vista (¿todavía?) como una estrategia exclusiva económicamente, como parte de una forma depredadora de la hegemonía. Por el contrario, Estados Unidos utilizó su poder militar para diseñar un orden geopolítico que sirva de fundamento político para su modelo preferido de economía mundial: esto es, un orden internacional liberal cada vez más abierto. La política de Estados Unidos apuntó a la creación de una industria del petróleo internacional abierta, en la cual los mercados, dominados por las grandes empresas multinacionales, asignan capital y materias primas. El poder del Estado de Estados Unidos se despliega, no sólo para proteger los intereses particulares de las necesidades de consumo y empresas de Estados Unidos, sino para crear las precondiciones generales de un mercado mundial petrolero, confiado en la expectativa de que, como la economía líder, será capaz de satisfacer todas sus necesidades por medio del intercambio comercial (Bromley, 2005: 253-254).

               Es importante distinguir aquí tres puntos diferentes. En primer lugar, como ya argumenté, los Estados Unidos practican una forma de imperialismo no territorial, basado en la regla básica de que un orden liberal internacional abierto beneficiará, por lo general, a los capitales asentados en Estados Unidos. En segundo lugar, para que esta hegemonía funcione de manera, en general, estable tendría que, en todo caso, asegurar beneficios significativos para otros Estados capitalistas. Pero, en tercer lugar, no se evidencia en lo más mínimo que las instituciones que Estados Unidos construye, y las políticas que lleva a cabo, sean neutrales con respecto a los intereses de los capitales asentados en su territorio y los asentados en otros Estados. Desde una perspectiva liberal internacionalista, John Ikenberry sostiene que en los dos momentos históricos en que el poder relativo de Estados Unidos fue mayor, luego de 1945 y al final de la Guerra Fría, este país renunció temporariamente a las ventajas e hizo importantes concesiones a otros Estados con el fin de institucionalizar un “orden constitucional” internacional que maximizaría los intereses a largo plazo de todos los Estados. Ikenberry señala: “Ordenes estables son aquellos en los cuales el reembolso al poder es relativamente bajo y, a las instituciones, relativamente alto. Estas son, precisamente, las circunstancias que caracterizan los órdenes constitucionales más desarrollados” (2001: 255).

          Pero este argumento no explica suficientemente la cuestión de cómo son distribuidos “los reembolsos a las instituciones”. Consideraremos dos casos que resultaron caros para Estados Unidos en relación con otros Estados. El primero se refiere a la arquitectura financiera internacional, que Wade alega que opera en interés del capitalismo estadounidense. Peter Gowan sostiene, también, que los Estados Unidos aprovecharon la inestabilidad financiera de los años setenta y ochenta, particularmente después del “shock Volcker” de octubre de 1979, cuando Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, elevó sensiblemente las tasas de interés, imponiendo una dura disciplina monetaria a las economías de Estados Unidos y el mundo, para construir lo que él llama el régimen del dólar de “Wall Street”, en torno a un dólar que, si bien ahora es una moneda puramente fiduciaria sin respaldo del patrón oro, permaneció como el eje central del sistema financiero internacional, ventaja que Washington utilizó para promover en todo el mundo las políticas neoliberales favorables a los intereses de los bancos de inversión estadounidenses y corporaciones transnacionales (Gowan, 1999)3. De este modo, el gobierno de Clinton provocó profundas tensiones con Gran Bretaña y Alemania, en particular, cuando respondió a la crisis financiera mexicana de 1994-1995 presionando al Grupo de los Siete para que liderase a los países industriales en la creación de un paquete de rescate que benefició principalmente a los inversionistas estadounidenses. Notoriamente, la misma administración durante la crisis de Asia del Este de 1997-1998 bloqueó la propuesta japonesa de un Fondo Monetario Asiático, que habría limitado la capacidad del Fondo Monetario Internacional (FMI ) para gestionar la crisis, y juntamente con el FMI impulsó, en los gobiernos de Asia, políticas de liberalización económica diseñadas tanto para debilitar el denominado “capitalismo de amigos” (con estrechos vínculos entre el Estado, los bancos y las corporaciones privadas, distintivos del modelo económico de Asia del Este) como para volver a las economías afectadas más permeables al capital estadounidense. En su análisis de esta crisis, Robert Wade y Frank Veneroso (1998) describen el complejo “Wall Street-Tesoro de Estados Unidos-FMI ” con el fin de resaltar el nexo que une a las instituciones financieras internacionales con los intereses específicamente estadounidenses.

             Un segundo ejemplo importante, que también data de la administración Clinton, consiste en la expansión primero de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y, luego, de la Unión Europea (UE) en Europa Oriental y Central. Esta política representa una violación del acuerdo alcanzado entre Mijail Gorbachov, el último presidente soviético, el canciller alemán Helmut Kohl y James Baker, el secretario de Estado de Estados Unidos, durante las negociaciones en 1990-1991 que permitieron a Alemania unificada permanecer en la OTAN a cambio de la seguridad de que, en palabras de Baker, “no habrá extensión de la jurisdicción actual de la OTAN hacia el Este”4. La idea, detrás de la violación de esta promesa por el gobierno de Clinton, fue expresada muy claramente por Zbigniew Brzezinski, el principal pensador geoestratégico del Partido Demócrata. Brzezinski argumenta que la UE es “el puente eurasiático del poder estadounidense y un trampolín en potencia para la expansión del sistema democrático mundial en Eurasia”.

             La ampliación de la OTAN y la UE hacia Europa Central y Oriental extendería, en consecuencia, el poder estadounidense: “Si la Unión Europea se convierte en una comunidad geográficamente más grande […] y si Europa basa su seguridad en una alianza continua con los Estados Unidos, entonces se deduce que Europa Central, su sector geopolíticamente más expuesto, no puede ser excluido de compartir el sentido de seguridad de que el resto de Europa goza mediante la ‘alianza transatlántica’” (Brzezinski, 1998: 74-79). Stephen Cohen describió la “verdadera política de Estados Unidos” hacia Rusia “como la explotación implacable, al estilo de el ganador se lo lleva todo, de la debilidad rusa post 1991”, que incluye el “cerco militar creciente de las bases de Estados Unidos y la OTAN a Rusia, en y cerca de sus fronteras –que ya están instaladas o en vías de–, en por lo menos la mitad de las otras 14 repúblicas de la ex Unión Soviética, desde el Báltico y Ucrania hasta Georgia, Azerbaiyán y los nuevos Estados de Asia Central. El resultado es una cortina de hierro inversa construida por Estados Unidos y la remilitarización de las relaciones ruso-estadounidenses”, que a su vez provocó una política exterior de Moscú más asertiva con Vladimir Putin (Cohen, 2006)5. Los peligros de la estrategia de Washington fueron ampliamente demostrados por la guerra que estalló entre Rusia y Georgia en agosto de 2008, tras el intento del ejército georgiano, equipado y entrenado por los Estados Unidos e Israel, por capturar el enclave de Osetia del Sur protegido por Moscú.
[…]
¿Capitalismo mundial en los pilares de Hércules?

            Al debatir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y sus contratendencias, Gramsci pregunta: “¿Cuándo puede uno imaginar que la contradicción llegue a su nudo gordiano, un momento normalmente insoluble que requiere la intervención de Alejandro con su espada? Cuando toda la economía mundial se vuelva capitalista y llegue a cierto nivel de desarrollo, es decir, cuando la ‘frontera móvil’ de la economía capitalista mundial llegue a los pilares de Hércules (1995: 429-430). La idea de que el capitalismo, de hecho, llegó a sus pilares de Hércules es un lugar común hoy día, por ejemplo, en la afirmación mucho más optimista de Thomas Friedman de que la globalización “está aplanando y achicando el mundo”, y “por lo tanto va a estar impulsada, cada vez más, no sólo por individuos sino también por un grupo mucho más diverso de individuos (ni occidentales, ni blancos). Individuos de todos los rincones del mundo plano se están empoderando” (2005: 12). De hecho, que un periódico serio como el Financial Times debiera conceder a tal sobrecrecimiento su premio Business Book de 2005, se explica sólo por la euforia que rodea a los “mercados emergentes” –y especialmente al BRIC (Brasil, Rusia, India y China)– durante la burbuja crediticia de mediados de 2000.

Comprender hoy los contornos reales de la economía mundial es importante si queremos obtener una medida exacta de la evolución futura del imperialismo. La teoría principal de las Relaciones Internacionales trató de resolver el problema del formato geopolítico desde el fin de la Guerra Fría. Los realistas estructurales se apresuraron a predecir que la forma, aparentemente unipolar, que asumió el sistema estatal tras el colapso de la Unión Soviética sería meramente una fase de transición en la cual la primacía de Estados Unidos provocó la formación de una coalición que busca equilibrarse en su contra. Como Kenneth Waltz escribió en 1993, “la respuesta de otros países a uno de ellos que busca o gana preponderancia es tratar de equilibrarse en su contra. La hegemonía conduce al equilibrio […]. Esto está sucediendo ahora, pero vacilantemente (1993: 77). Enfrentado por la no emergencia de tal coalición, nuestro autor sostiene que su predicción fue correcta, pero que el momento de su advenimiento es imposible de determinar: “La teoría realista predice que los balances interrumpidos serán restaurados algún día. Una limitación de la teoría, limitación común a las teorías de las ciencias sociales, es que no se puede decir cuándo” (Waltz, 2000: 27). Fiel a las premisas estructurales realistas, William Wolforth afirma que la unipolaridad posterior a 1991 representa un punto de descanso estable, en lugar de un momento pasajero, porque las capacidades de Estados Unidos, tanto duras como blandas, son mucho mayores que las de cualesquiera de los otros poderes, y porque la fragmentación geopolítica de Europa y Asia del Este dificulta que cualquier otro Estado logre la centralización política y la concentración de recursos necesarios para desafiar la hegemonía estadounidense (Wolforth, 1999).

Las relaciones económicas figuran en tales explicaciones sólo en la medida en que afectan la capacidad material y, por lo tanto, el poder relativo de los Estados. Por el contrario, los internacionalistas liberales argumentan que el desarrollo de la moderna economía capitalista mundial convirtió al comercio internacional en un juego de suma positiva que da a los Estados, cuyas estructuras sociopolíticas internas son liberales y capitalistas, un incentivo para cooperar y para institucionalizar esta cooperación, y en consecuencia reduce bastante la probabilidad de guerra entre ellos. Como Andrew Moravcsik postula en una reafirmación sofisticada de la teoría liberal de las Relaciones Internacionales, “el desarrollo económico mundial, en los últimos 500 años, ha estado estrechamente relacionado con una mayor riqueza per capita, la democratización, los sistemas educativos que refuerzan nuevas identidades colectivas, y mayores incentivos para las transacciones económicas transfronterizas. La teoría realista no les otorga a estos cambios importancia teórica alguna” (1997: 535). Aquí hay una superposición entre el internacionalismo liberal y el marxismo clásico, que tampoco refiere a la economía mundial capitalista como un juego de suma cero: el desarrollo dinámico de las fuerzas productivas bajo el capitalismo puede, en condiciones adecuadas, aumentar tanto los beneficios como los salarios reales. Estas condiciones fueron obtenidas en gran medida durante el gran boom de los años cincuenta y sesenta en las economías avanzadas. Por otra parte, es una implicancia de la concepción de la hegemonía capitalista mundial con que trabajé que la potencia hegemónica suministre bienes públicos (por ejemplo, un sistema monetario internacional estable) que otorgue a otros Estados un incentivo para obedecer y cooperar. Pero la convergencia entre el marxismo y el liberalismo es sólo parcial. La economía política marxista conceptualiza al capitalismo como un proceso inherentemente contradictorio e inestable, constituido por la explotación del trabajo asalariado, responsable de crisis periódicas destructivas, y generador sistémico de desarrollo desigual. Cualquier evaluación honesta de la economía mundial contemporánea tendría que conceder que brinda mucho para afirmar este punto de vista sobre el capitalismo. […]

1 El presente texto es un extracto del publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011 también disponible en www.biblioteca.clacso.edu.ar. Originalmente publicado en Callinicos, Alex. Imperialism and global political economy (Cambridge, UK: Polity Press, 2009). Traducción de Eugenia Cervio.
2 Ver “Una redistribución del poder económico mundial”, pág 137.
3 Ver también Parboni (1981: Cap. 1).
4 Hubo un debate considerable entre los participantes sobre si esa promesa fue parte del acuerdo final en la unificación alemana; ver Gordon (1997). Pero la historia estadounidense semioficial de las negociaciones clarifica que fue un trago amargo para Gorbachov y su equipo que incluso los miembros de la República Federal incorporaran a Alemania del Este a la OTAN. Ver Zelikow y Rice (1997).

Fuente: Diario Página/12-www.pagina12.com.ar

viernes, 2 de septiembre de 2011

Los límites de la política sin actores sociales

 
Por Sebastián Etchemendy

        El modelo económico-político chileno, ese que hoy explota entre marchas multitudinarias, bombas de gas lacrimógeno y un muerto a manos de la policía del Estado nacional, fue hasta no hace mucho el mimado de los intelectuales neoliberales, pero también de cierto progresismo apologista de la moderación y el respeto del statu quo. Para los neoliberales era el caso exitoso y de manual: reformas de mercado que habían ido más lejos que en el resto de América latina bajo la dictadura de Pinochet, privatizando la salud, desregulando completamente el mercado laboral y municipalizando la educación, habían resultado, en esta visión, en un crecimiento económico sostenido. Para el progresismo de corte tecnocrático y liberal, Chile era el ejemplo de una coalición de centroizquierda prolija y efectiva, que en el marco del respeto por las instituciones heredadas del pinochetismo desarrolló políticas consistentes para bajar los niveles de pobreza.

        Los sucesos de estos días, y los resultados concretos del modelo chileno, muestran que estos enfoques tienen bases de arena. Como Argentina, Chile vivió una etapa de crecimiento con alto desempleo bajo el neoliberalismo, una crisis social enorme a la salida del tipo de cambio fijo en 1982 y una recuperación sostenida posterior. La consecuencia en Chile hoy, sin embargo, es una economía sin industria pesada, que no genera valor agregado, con un mercado de trabajo de condiciones paupérrimas (donde sólo el 5,6 por ciento de los empleados está cubierto por la negociación colectiva) y niveles de desigualdad africanos. La Concertación de centroizquierda en los años ’90, por su parte, apostó a un enfoque tecnocrático que ampliaba las políticas de transferencias sociales heredadas de la dictadura. Así, Chile se convirtió en el paraíso de las ONG despolitizadas, mientras su “progresismo” y sistema político eludían cualquier relación organizativa fuerte con actores sociopolíticos juveniles-estudiantiles, sindicales o movimientos sociales.

        La reacción en Chile hoy, entonces, evidencia, no sólo a los sofismas neoliberales que se caen como un castillo de naipes, sino los límites de un centroizquierda que tuvo una mirada casi exclusivamente tecnocrática de lucha contra la pobreza extrema, y desechó las alianzas con actores sociales. Esos mismos actores en Chile, juveniles, sindicales, movimientos sociales, cuando encuentran su ventana de oportunidad, se enfrentan a las herencias desreguladoras del neoliberalismo por fuera del sistema político, en las calles y en la lucha directa. Las declaraciones del presidente del Partido Socialista chileno, humilde, participando de las marchas en cuyo origen nada tuvo que ver, y diciendo “tenemos que aprender de este movimiento” son elocuentes.

         El contraste con la Argentina desde 2003 no puede ser mayor. Aquí, el giro en la izquierda que abarcó a toda América latina significó, con el kirchnerismo, alianzas centrales con los actores socioeconómicos, con el sindicalismo del sector privado de la CGT, con el sindicato nacional mayoritario de la CTA, la Ctera, y con variados movimientos sociales y juveniles-estudiantiles. A diferencia del centroizquierda chileno, el kirchnerismo fue, es, un movimiento nacional popular y progresista de actores y no sólo de política social. Una construcción así de un movimiento transformador trae, como se ocupan de destacar los medios hegemónicos, momentos de mayor polarización política. Pero la alianza con los actores sociales no sólo permite disputar más y mejor a los sectores dominantes para correr el límite de los derechos, sino que canaliza demandas y aspiraciones que se procesan mediante el sistema político y no terminan en un mar de represión y gas lacrimógeno.

* Director de la Maestría en Ciencia Política, Universidad Torcuato Di Tella
Fuente: Diario Página/12